Las Guerras del Opio fueron dos guerras libradas entre la dinastía Qing —la última dinastía antes del establecimiento de la República de China— y las potencias occidentales a mediados del siglo XIX. En cada guerra, la tecnología militar europea condujo a una fácil victoria sobre las fuerzas de Qing, con la consecuencia de que el gobierno se vio obligado a otorgar aranceles favorables, concesiones comerciales, reparaciones y territorio a los europeos. Las guerras y los tratados impuestos posteriormente debilitaron a la dinastía Qing y al gobierno imperial chino, y obligaron a China a abrir puertos de tratados específicos que manejaban todo el comercio con las potencias imperiales. Además, China cedió la soberanía sobre Hong Kong a Gran Bretaña.
En un reciente blog, el economista serbo-estadounidense Branko Milanović hace una interesante comparación sobre el papel que jugó la East India Company (EIC) durante estas guerras con el rol actual de Noruega frente al cambio climático. Milanović recuerda cuando el gobierno británico le quitó el monopolio del comercio en la India a la empresa en medio de las guerras napoleónicas, lo que la llevó a expandir el cultivo de opio en sus territorios indios de Bengala, vendiéndolo a comerciantes privados que lo transportaron a China y lo pasaron a los contrabandistas chinos. Había comenzado el “siglo de las humillaciones” y la EIC podría finalmente vender a extranjeros lejanos algo cuyo consumo desaprobaban los miembros de la empresa en su vida privada.
Noruega es el quinto productor de petróleo, después de los EEUU, Arabia Saudita, Irak y los Emiratos Árabes Unidos, y el tercer exportador de gas natural en el mundo. Sin embargo, en su consumo interno predominan las fuentes de energía bajas en carbono (~65%). Noruega también es conocido por haber logrado un desarrollo económico alto, que es distribuido equitativamente entre sus ciudadanos. Se puede decir que los ingresos del comercio de combustibles fósiles son justamente lo que permite haber obtenido esa prosperidad.
Pero la nación productora de petróleo más grande de Europa Occidental planea expandir su industria de energía verde y fortalecer su red eléctrica, y; sin embargo, no está dispuesta a ceder cuando se trata de explotar sus recursos de petróleo y gas. El mensaje principal en su libro blanco sobre política energética, es que “la seguridad del suministro, las consecuencias para el clima y el crecimiento económico deben considerarse en conjunto para garantizar un suministro de energía eficiente y respetuoso con el clima.”
De esta manera, Noruega aumenta la producción y las ventas de un producto que ellos saben que es perjudicial para su medio ambiente —por eso están transicionando rápidamente hacia una economía baja en carbono—, tal como hizo la EIC, que vendía un producto que ellos consideraban nocivos a extranjeros en China.
Cerca del 85% de la energía consumida en el mundo proviene de combustibles fósiles. El petróleo sigue siendo el combustible fósil más utilizado en el mundo, superando por poco al carbón y el gas. El caso de Noruega es emblemático, porque demuestra la paradoja en la política climática actual: se dice una cosa, pero se hace lo opuesto. De nada sirve que Noruega tenga una de las economías más descabornizadas del mundo, si la contaminación que evitan en su territorio se exporta a otros países. Los gases de efecto invernadero actúan de la misma manera en Noruega o en Nigeria. Pero Noruega no es el único caso de “hipocresía climática”, muchos países del Norte Global subvencionan combustibles fósiles, exportan su contaminación a través de esquemas de transferencia de emisiones o importan energía sucia de otros países.
Una de las razones de este problema es que ese proceso intergubernamental, recaído en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, se centra en el uso y no en la producción y comercio de combustibles fósiles. También destaca la dificultad de mantener el delicado balance entre crecimiento económico y el cuidado del planeta, reflejado en la incapacidad de los ciudadanos de los países más ricos en exigirle más a sus gobiernos. En el caso de Noruega, específicamente, además, ejerce su política económica separadamente de la climática, lo que dificulta una coordinación que equilibre dos metas, que hasta el momento son opuestas: el desarrollo económico y la lucha contra el cambio climático.
He mencionado en otros textos un “nudo gordiano” que impide que el proceso intergubernamental sobre cambio climático tenga éxito en la lucha contra el cambio climático. La solución —romper el nudo— no es simple. Pero el problema del cambio climático la requiere. Actualmente el cambio climático es aprovechado por países del Norte Global como una oportunidad para hacer negocios, particularmente en países del Sur Global a través de sus agencias de cooperación, que crean empleos para sus ciudadanos y exportan la tecnología de sus empresas. Pero la riqueza y el uso de tecnología debe desplegarse estratégicamente en los lugares que requieren facilitar la transición a una economía verde, teniendo como único objetivo el beneficio colectivo, pues, de poco sirve tener prosperidad en un planeta inhabitable.