El título del libro “La tiranía del mérito” es lo suficientemente sugerente como para incentivar una atenta lectura. Michael Sandel, su autor, un reconocido profesor universitario de Estados Unidos, ha logrado conjugar dos sustantivos aparentemente discordantes: tiranía, que no es otra cosa que el abuso del poder, y mérito, que significa valioso, merecido. El libro es una reflexión sobre el fenómeno de la meritocracia y sus implicancias políticas y culturales.
Sandel, con la habilidad de maestro universitario, nos introduce al tema haciendo referencia al sonado escándalo de famosos artistas estadounidenses, quienes para asegurarles a sus hijos estudiar en las llamadas universidades de élite, pagaron fuertes sumas de dinero a inescrupulosas organizaciones que alteraban procedimientos, exámenes y calificaciones. De esa manera se conseguían vacantes para estudiar en Harvard, Yale o Stanford. El caso fue descubierto y los responsables acusados, procesados y detenidos, incluyendo a los padres involucrados.
Pero lo que Sandel destaca es el hecho: que los padres busquen, a cualquier precio, que sus hijos estudien en esas universidades exclusivas, que les darán prestigio y acceso a las élites. Y la clave para eso está en el concepto del mérito. En otras palabras, un título de tales universidades garantiza la meritocracia de quien lo ostenta.
La idea del mérito fue concebida hacia la mitad del siglo XX por quien fuera rector de universidad de Harvard en aquella época, James Bryant Connant: decidió llevar a cabo una revolución silenciosa en la vida universitaria norteamericana. En lugar de seguir manteniendo la denominada línea hereditaria optó por una política de meritocracia. A las exclusivas universidades privadas accedían a estudiar los hijos de quienes habían egresado de ellas. Había una especie de línea sucesoria. Como se trataba de universidades de élite y particularmente costosas, la política hereditaria convenía a unos y otros. El rector Bryant, sin embargo, advirtió que la calidad académica se había visto seriamente afectada. Los hijos se sentían seguros de obtener sus títulos, sin mucho esfuerzo. Estaban pagando pensiones elevadas y se creían con derecho. Es así entonces como se inicia el viraje hacia la política de la meritocracia: ingresarán a estudiar no los que tienen más dinero, ni los hijos de los exalumnos, sino quienes sean más capaces y reúnan los méritos suficientes. Hay un vuelco sustancial en el concepto y en los resultados.
Sandel refiere que, en efecto, el cambio de óptica produjo un notable adelanto en la formación académica de los jóvenes profesionales norteamericanos. Las universidades confirmaron otro paradigma: el éxito de la meritoicracia.
Ahora bien, las reflexiones de Sandel llegan al campo político. Sostiene que la meritocracia ha generado un resentimiento en quienes no han podido estudiar en universidades, al extremo –señala- que tiene una expresión electoral. Pone dos ejemplos: la elección en su momento de Donald Trump en Estados Unidos y el referéndum del Brexit en Gran Bretaña. Indica que en ambos casos las clases trabajadoras blancas, sin estudios universitarios, decidieron el triunfo en los dos procesos.
Si bien es verdad la meritocracia, entendida como el esfuerzo propio para lograr metas de mejoría personal, ha cumplido con una mayor igualdad de oportunidades y, por ello, más movilidad social, no deja de ser cierto también que ha dado origen a un nuevo e indeseado fenómeno social: la soberbia de quienes han triunfado contrapuesta a la humillación de quienes no lo han hecho. Ahí hay un elemento de una relevancia todavía no advertida en toda su magnitud.
Michael Sandel, un filósofo político de amplia trayectoria, llega a desentrañar un fenómeno de profunda significación cultural: quienes no han cursado estudios universitarios porque no han tenido las capacidades o los recursos para ello, o simplemente se iniciaron en la vida laboral desde temprano, se sienten despreciados o discriminados por ese solo hecho. Sandel sostiene que pueden sentirse frustrados y rencorosos. Lo que piden entonces es algo simple pero fundamental: dignidad.
Michael Sandel con “La tiranía del mérito”, hace una contribución intelectualmente valiosa para conocer los entretelones de sentimientos tan humanos como el éxito, el rencor y el deseo de cada quien a ser reconocido y tratado como un igual, dignamente.