Alfredo Bryce Echenique pide permiso para retirarse. Después de haberlo hecho para vivir (en “Permiso para vivir”) y para sentir (en “Permiso para sentir”), ahora lo hace para irse, utilizando su nuevo libro “Permiso para retirarme”, el volumen 3 de sus Antimemorias.
Aunque sin la exuberancia y locuacidad de su característica literatura oral a la que nos tenía acostumbrados, Bryce nos pide que lo acompañemos en este resumen de su vida de la mano de su magnífico humor, inteligente ironía y desconcertantes sorpresas.
El libro está organizado en siete secciones cada una de las cuales presenta una serie de vivencias, sucesos y reflexiones relacionadas con el tema que les da sentido. Cada capítulo, a su vez, tiene un sello característico: las historias son sorprendentes, muchas veces hilarantes no obstante que tratan de asuntos serios y siempre están bien escritas. No es el Bryce de la ficción sino de la memoria.
Las anécdotas que tiene con su entrañable amigo, el otro notable escritor peruano que nos contaba desde París, Julio Ramón Ribeiro, son una genuina expresión de la riqueza vital de ambos personajes. El caso del médico francés que le dice a Bryce, después de operar a Ribeiro de un cáncer metastásico, que éste vive por el pequeñísimo espacio que la ciencia le deja al milagro, es de una abrumadora trascendencia. O aquella otra historia en la que colapsada la salud del mismo Julio Ramón Ribeiro, ante el alto costo que requería su atención médica, tuvo que organizarse una visita a quien era la Primera Dama del Perú en ese momento, Consuelo Gonzáles de Velasco, esposa del general Juan Velasco Alvarado, de visita oficial en París, y fue el mismo Alfredo Bryce quien hizo la gestión y el que recibió el cheque para cubrir los gastos hospitalarios que terminaron, finalmente, de salvarle la vida, en esa oportunidad, al inigualable cuentista peruano.
Y esta última historia tiene un correlato. Enterado el general Juan Velasco que Alfredo Bryce estaba de paso por Lima lo invitó a Palacio de Gobierno a tomar unos tragos. El edecán presidencial se presentó con dos botellas de whisky. A Bryce le servían de una botella sucesivos vasos. A Velasco le daban de la otra botella. Al final, Bryce se enteró que mientras él tomaba whisky, Velasco bebía te.
Hay también un par de originales relatos sobre Alan García y Alberto Fujimori. No se trata de encuentros protocolares. El caso de Alan García empieza en París. Bryce está en un restaurant y aparece, repentinamente, un joven alto vestido con poncho y chullo a cantarles a los comensales. Bryce, quien estaba acompañado de Ribeiro, le da una mísera propina. Alan García llegó a ser presidente de la República e invitaba siempre que estaba en Lima a Julio Ramón Ribeiro, a quien llegó a condecorar. Bryce jamás recibió ninguna invitación. En alguna de las conversaciones entre ambos escritores, Ribeiro le comentó a Bryce que la indiferencia de Alan García obedecía a la mínima propina que le dio en París.
Lo de Alberto Fujimori es diferente y más típico de éste. Bryce recibió la visita de un representante del gobierno solicitándole que aceptarse ser condecorado por el presidente de la República. Bryce se negó reiteradamente. A los pocos días de su negativa, recibió una severa paliza de unos desconocidos con pinta de policías mientras caminaba por su casa.
La pluma de Alfredo Bryce no deja de ser amena, fácil, sin engolamientos ni hipérboles literarias. Se explaya con naturalidad y sin tapujos; cuenta todo, como lo vivió y lo sintió.
La sección más sorprendente (y divertida) de “Permiso para retirarme” es en la que Bryce se vuelca, con toda claridad y sin censura, a contarnos sus avatares amorosos y gimnásticos encuentros sexuales con las más diversas, y por lo que confiesa, hermosas e inteligentes mujeres, a largo de su vida. Esos relatos están llenos de auténtica ternura y bastante sinceridad.
No está claro si Bryce nos pide permiso para retirarse o si nos comunica su decisión de hacerlo. Si es lo primero, no se lo permitamos. Precisamente “Permiso para retirarme” es el mejor pretexto. Si es lo segundo, entonces, hay que agradecerle por haber escrito, para nuestro deleite, “Permiso para retirarme”.