Cien días de Gobierno, y Perú sigue en la calma chicha reinante desde hace más de un año. Yo voté por Castillo por mi imperante sentido de justicia social -sí, soy hija de mi padre, no lo puedo negar- pero también porque creo que la democratización de la sociedad peruana es un tema primordial. Además, hay que saber reconocer el hecho que una persona venida de abajo ha llegado al gobierno pese a la millonaria campaña de terror promovida por la derecha reaccionaria y los constantes auto sabotajes de la izquierda recalcitrante.
Pero claro, debemos reconocer ciertos puntos álgidos durante estos cien días.
Creo que el gobierno de Castillo ha sido tan precario desde su inicio, que lo único que lo ha salvado de la caída es balancearse sobre 4 pilares principales: el simbolismo personal del propio Castillo; la presencia decisiva de Aníbal Torres y su fuerza en los medios; Pedro Francke y su solidez en las propuestas económicas; y finalmente Cevallos y su amplio conocimiento del sector salud junto a su acertado manejo de la pandemia.
Aun así, este balance es muy delicado y puede deshacerse con mucha rapidez, como lo hemos podido observar estos 3 meses.
Las idas y venidas del gobierno en los últimos días, producidas ya sea por la presión de los aliados internos y las ambiciones recalcitrantes de un ex gobernador dogmático y misógino, o por el exceso de silencio del presidente, han llevado a consecuencias tales como el aumento del precio del dólar, y una gran inestabilidad social que a muchos afecta, no solo económica si no también mentalmente.
¿Cómo enfrentar la incertidumbre económica y de salud con un gobierno que no nos asegura nada concreto, uno que propone ideas muy buenas sin actores que puedan hacerlas realizables? Y si propone actores, tienen que enfrentar una lucha encarnizada con las bases del cerronismo y con los aparatos de poder dentro de los ministerios, antes de poder trabajar. A esto sumémosle los esfuerzos burdos de la derecha para socavar la gobernabilidad, implicados en una eterna pataleta sin sentido, en la que piensan que este país es el Chile de Allende, y que pueden derrumbar al presidente con un paro de transportistas.
Los primeros objetivos de este gobierno debían ser la reactivación económica y la vacunación. Eso dijo el presidente Castillo en su primer mensaje a la nación. La primera no puede existir sin la segunda y, efectivamente, hemos tenido un buen análisis de pandemia, que se ha traducido en una cobertura de casi el 54% de población objetivo vacunada, con vacunafest, vacunatones y vacunaciones puerta a puerta en todo el país; el resultado ha sido la obvia disminución de las infecciones, las hospitalizaciones y las muertes, consecuencias que nos están dando un gran espacio de silencio epidemiológico, que debería permitirnos estar preparados para una restructuración del sistema de salud y algunas actualizaciones de medidas en la lucha contra la pandemia.
Lamentablemente, la vacunación exitosa no va a detener los errores y desaciertos del gobierno, ni va a salvarlo de su propia precariedad; no podemos seguir jugando a los palitos chinos, haciendo malabares sin saber a que atenernos. Y si bien no podemos pretender que el gobierno que cumple cien días resuelva en un abrir y cerrar de ojos el desastre del sistema de salud que nadie ha arreglado en 40 años, necesitamos saber que lo prometido se pondrá en marcha, aun sabiendo que esto no se logrará en el corto plazo, y asumiendo que no se trata únicamente de un trabajo del gobierno, sino que es también nuestro trabajo, porque estos cien días no solo son los cien días iniciales de este gobierno: son cien días de una sociedad que debe -ojalá quiera- avanzar en un nuevo camino, comprometiéndose a tomar en cuenta todo lo vivido en estos últimos dos años; para que nuestros 200 mil muertos no sean un número más en un país en que los números, lamentablemente, son dejados en el olvido.