Si un signo caracteriza al gobierno de Pedro Castillo es el descrito con la palabra que titula a esta columna. Se trata del inicio de mandato más débil de la historia contemporánea. Y, por ello, conviene señalar las razones por las que los primeros cien días de gobierno nos han parecido tan largos.
Hace unos días, Vladimir Cerrón confesaba lo evidente: Perú Libre tenía como propósito máximo pasar la valla electoral y obtener un número de parlamentarios que le dieran sobrevivencia a la agrupación política. Por tanto, la preparación para gobernar realmente era mínima. Ello no solo se evidencia en los cambios de planes de gobierno, sino también en la calidad de los cuadros que el partido de gobierno proporcionó en los gabinetes Bellido y Vásquez. De allí que la regla haya sido, salvo excepciones, nombres con cuestionamientos, demasiadas conexiones con la sospecha y, sobre todo, poco conocimiento en el manejo del Estado.
Una segunda cuestión tiene que ver con la lógica de manejo político de Castillo y su alianza de gobierno. Para el presidente de la República, la prioridad ha sido generar lazos de confianza con las distintas tiendas de izquierda que lo apoyaron en la segunda vuelta electoral, a partir de una vieja institución nacional: el cuoteo. Sin embargo, el experimento no ha durado mucho y ya ha señalado heridas, mostradas con las votaciones de Guido Bellido y Guillermo Bermejo en contra del gabinete de su propio candidato presidencial. A la par, Castillo ha buscado contentar a los sectores que le son más caros a él, como el gremio magisterial al que pertenece y sus congresistas más cercanos. La votación sobre el segundo gabinete de su gobierno le ha mostrado con quienes puede contar y con quienes no.
Un tercer factor se vincula con un clásico contemporáneo: la lluvia de intereses particulares alrededor del gobierno. El pago de favores se hizo evidente esta semana con la decisión del Ministerio de Transportes y Comunicaciones para retirar a las presidentas de SUTRAN y la Autoridad de Transporte Única para Lima y Callao, que se ha cumplido solo en el primer caso. Es evidente que varios de los dirigentes que serían beneficiados con concesiones otorgadas más allá del plazo establecido han estado cercanos a la campaña de Perú Libre.
Ya en forma externa, un elemento que ha calibrado los vaivenes del gobierno ha sido la posición del sector más radical de la oposición, dispuesto a vacar a Castillo antes que entenderse con él. Inicialmente, con el gabinete Bellido, el rumbo de colisión se veía venir, lo que ha llevado a una discutida y discutible interpretación sobre el voto de confianza. Hoy, con Vásquez a la cabeza de la PCM, se busca más bien entendimientos con las bancadas que se encuentran más al centro, sabiendo que agrupaciones como el fujimorismo nunca le van a dar el favor de los votos. De allí que el gobierno no tenga problema alguno en incorporar a figuras como Gisela Ortiz y Avelino Guillén a bordo, tanto para mostrar un rostro más técnico como para mostrar un endoso más claro con las bases cercanas al antifujimorismo.
Finalmente, ha llegado el momento que la representación, que sigue siendo el gran motor de la aprobación presidencial, comience a dar paso a la gestión. Con la casa un poco más ordenada y las lealtades más claras, va a siendo hora que Castillo deje la precariedad de sus primeros cien días. Con un nuevo gabinete confirmado ya tiene cómo hacerlo. Para comenzar, deberá seguir depurando su equipo y, posteriormente, exhibir resultados en áreas que vayan más allá del exitoso proceso de vacunación. Aún está a tiempo de hacer un gobierno con ciertos logros.