Hace un buen tiempo escribí este artículo, “La verdad no va a la cárcel” (http://josesalazar.pe/page/3/), para reflexionar acerca del importante rol que juegan -o deberían jugar- los abogados en la representación de sus defendidos… y en la protección de la verdad.
No siendo yo un abogado sino un comunicador, pedí incluso disculpas por ese razonamiento dado que era consciente que ingresaba a un campo minado del cual pretendía salir ileso colocando, como barrera protectora, el aporte de la comunicación para enfrentar adecuadamente un juicio o una sentencia.
Los abogados definen y ejecutan su propia estrategia legal, la cual respeto por supuesto. Pero siempre he pensado que les falta una mirada comunicacional o de percepción pública de la realidad en la que se desenvuelve su defendido o el caso en si mismo.
En aquel artículo recordé casos políticos complejos, como el de Ecoteva donde Alejandro Toledo mintió sobre los montos recibidos; Nadine Heredia negando los apuntes en las agendas; el juez César Hinostroza defendiendo una denuncia constitucional; Keiko Fujimori acusada de recibir dinero ilícito de Odebrecht para la campaña electoral del 2011 y, finalmente, Edwin Oviedo con serias acusaciones por los delitos de asociación ilícita para delinquir.
Son casos diferentes cada uno de ellos, pero con una estrategia de defensa que coincidía en los mismos argumentos: negar cualquier participación en los hechos imputados, quejarse de que los juicios afectaban la buena honra y reputación y, por supuesto, declararse víctimas y/o perseguidos políticos. En definitiva, se trataba de la misma estrategia legal que nunca toma en cuenta las reacciones que dichas decisiones generan en una población ampliamente informada y que se guía por un tema tan elemental, como es el sentido común.
Por eso es que Christopher Acosta, autor del libro “Plata como cancha”, recibe tanta solidaridad y César Acuña, demandante del periodista por difamación, genera tanta crítica negativa. Porque, nuevamente, el sentido común y la falta de una buena lectura de la realidad, se pierden en un estudio de abogados o en alguna sala del Poder Judicial.
Algo que deberían entender los políticos cuando hablan de honra y reputación es que una cosa es su realidad o desempeño político o social y otra la percepción pública de esa realidad, la cual no siempre corresponden. La reputación, al fin y al cabo, se forma en la opinión pública que reconoce positiva o negativamente el comportamiento de esa persona. No basta, por lo tanto, la afirmación “tengo honra y reputación” porque ésta se construye con las acciones, con los comportamientos. Lo decía Socrates hace miles de años: “Alcanzarás una buena reputación esforzándote en ser lo que quieres parecer”.
El aporte de la comunicación a la estrategia legal está, por lo tanto, en darle sentido a esa realidad, en darle valor al contexto, la historia, las expectativas y el impacto que puede generar una decisión basada solo en las leyes. La reputación no se construye con leyes. Es más, las leyes no protegerán la reputación de una persona que afirma ser inocente o que niega absolutamente todo… cuando la realidad demuestra lo contrario.
No estoy en contra, por supuesto, de que cualquier estrategia legal tenga como propósito reducir la pena o el castigo. Pero una cosa es aceptar algo de culpa y otra negarla completamente, apelando incluso a la mentira o la calumnia.
Es aquí donde colisiona la visión del abogado con la del comunicador. Sus miradas difieren notablemente y, a veces, son irreconciliables, por ejemplo, al momento de aceptar la culpabilidad de la persona o institución y al momento de definir la estrategia de defensa.
El abogado está formado para litigar, el comunicador para convencer. El abogado siempre apuesta a ganador, el comunicador busca conciliar. El abogado, acusa; el comunicador escucha, sugiere aceptar la culpa, pedir disculpas y recuperar reputación.
El abogado dirige sus esfuerzos a evitar impactos legales negativos (sanción, multa, penas, retiros de licencia, etc.); el comunicador apela a evitar el daño reputacional de la persona, la marca y a mantener su sostenibilidad. Mientras que el abogado sugiere una solución basado solo en la ley; el comunicador lo hace tomando en cuenta las percepciones y hasta las emociones.
Muchas de las crisis se resuelven con una buena estrategia legal, pero también con sentido común. Por lo demás, cualquier estrategia legal tendría que estar basada en la ética y la verdad. La verdad es indispensable para avanzar en la solución de cualquier crisis. Si no hay credibilidad, la causa está perdida.
¿Fue una buena estrategia legal demandar por difamación a Christopher Acosta? Me parece que ni César Acuña ni el abogado que lo defiende previeron un desenlace de esta naturaleza. Los resultados están a la vista.