Luego del fiasco que significó la designación del gabinete Valer, tanto por su nueva configuración dominada por impresentables, sino por la pérdida de importantes figuras como Vásquez, Francke y Durand, todo hacía prever una situación crítica de gobernabilidad marcado por la demanda de un “váyanse todos”, precedida por una caída del presidente, via renuncia o vacancia.
Paradójicamente, fue la propia oposición, incluida la oposición vacadora, la que le lanzó, no uno, sino varios salvavidas. El primero fue la entrevista en RPP a Keiko Fujimori, quien, anclada en un universo paralelo, seguía argumentando fraude y dando lecciones de bueno gobierno; el segundo salvavidas se lo ofreció la presidenta del Congreso, quien, en una serie de entrevistas y en una reunión pública de congreso dio más de una muestra de sus limitaciones; y, el tercer salvavidas, fue la propia prensa, especialmente el diario El Comercio con un número especial de ”opinólogos” dando recomendaciones de cómo mejorar la gestión. No sería mayor el problema, si en la parrilla de comentaristas no se hubiese incluido a Beto Ortiz, un acusado de pedofília y activo saboteado de la lucha contra la ´pandemia, en especial de la vacunación.
Ante esta oferta de la vereda del frente, los vientos huracanados empezaron a calmarse. Mucho más, cuando el presidente anuncia la reconfiguración de su gabinete, incluyendo la salida del maltratador de mujeres convertido en premier.
Se le abría así una nueva, y quizá última, oportunidad de presentarnos un equipo de gobierno y gestión que le permitiese recuperar en algo su dilapidada popularidad, tarea muy cuesta arriba, pero no imposible si se tienen un par de ideas, se organiza un plan coherente y se convoca a gente capaz y trabajadora para implementarlo.
Pero no. El presidente, perdido en su laberinto y aturdido por cantos de sirenas de su corte palaciega, decide (aunque debiera decir “lo obligan a decidir”) entregarle el sombrero de mando a su antiguo socio, Cerrón, quien, primero, toma para sí “su cuota ministerial” y segundo inicia una repartija con la finalidad de asegurar lo práctico: suficientes votos en el congreso para evitar la vacancia. Conoce, además, que hay más de uno en ese espacio que se encuentra allí para solo defender negocios.
Sin embargo, el cuoteo contiene otro disparo a los pies. En la toma y daca, incluye al ministro de Salud, quien, con sus limitaciones, le había otorgado a su gobierno y al país una sólida campaña de vacunación, cuyos frutos ya se veían en una amenguada tercera ola. Par colmo, lo reemplaza por un médico vendedor de sebo de culebra, sin ninguna competencia o entrenamiento para ejercer tamaña responsabilidad. La reacción de rechazo y condena no se hicieron esperar… y con justeza. El Colegio Médico, la Asociación de Facultades de Medicina, la Plataforma de la Sociedad Civil por el Derecho a la Salud y otras organizaciones y personalidades no han demorado en protestar por esta decisión, exigiéndole al presidente una inmediata rectificación.
Los vientos vuelven a girar con velocidad. Y todo es responsabilidad única y exclusiva, del presidente Castillo quien, en vez de apuntalar lo poco de salud que genera nuestro precario sistema de salud, toma su machete chotano y le corta las amarras. Una acción irresponsable en medio de una pandemia y sus efectos postpandémicos, todos los cuales se miden en vidas perdidas. Peor aún cuando estas vidas se ponen en la mesa de negociación de las cuotas de poder de su líder y mentor.
Pero Castillo, ahonda el error al reemplazar a Cevallos, un médico diligente que se le mantuvo siempre leal, no por alguien igual o mejor. Y no es que el sector salud no tenga cuadros de donde elegir, los hay y muchos; fogueados, además, en estos dos años de una devastadora pandemias. Para muestra de lo que hay en el sector, puedo mencionar el caso del Dr Luis Loro, quien recibiera el encargo el primero de abril de poner en operaciones un hospital especializado en el manejo de COVID. Recibió un edifico vacío, plagado de problemas legales y contractuales. En cuatro meses, el Hospital COVID de Ate tenía 600 camas en operación y 100 con ventiladores mecánicos, su propio sistema de producción y almacenaje de oxigeno y un moderno sistema de traslado de pacientes. Ejemplos como este se pueden encontrar no solo en hospitales, sino en las direcciones regionales; no solo en el MINSA, también en otros subsistemas; no solo en Lima, sino en todo el país. No solo en la gestión hospitalaria, sino en la salud pública. Pudo elegir entre gente honesta y calificada. No lo hizo.
La decisión de poner un charlatán y vendedor de “agua milagrosa” no solo es irresponsable en lo técnico, también lo es en lo político. La persona encargada de liderar la salud en el país debe ser capaz, además, de liderar un gran consenso para construir el nuevo sistema de salud, de construir una visión conjunta y agrupar voluntades en su desarrollo; en otras palabras, iniciar el camino a la construcción de un sistema único, público, de salud.
Obviamente, el ministro elegido no está en ese nivel, como, lamentablemente, tampoco lo está el presidente, ni tampoco la oposición en el Congreso, la cual, en estos meses no ha dado señales de que la salud esté entre sus prioridades.
Supongo que el cambio de este ministro de salud se producirá en estos días; sin embargo, el error deja al presidente con el agua en el cuello, solo que esta vez, no será milagrosa.