El libro, “Estación final”, del periodista peruano Hugo Coya es una auténtica revelación. Su reciente reedición, incluyendo nuevos casos, confirma el aserto.
El primer dato sorprendente e históricamente demostrado, es que el Gobierno del Perú tuvo una política francamente hostil contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Antes que se produjera la invasión nazi que, a su vez, desencadenaría el inicio de las hostilidades bélicas en Europa y el repudiable Holocausto, la Cancillería peruana prohibió, sin ninguna excepción, la inmigración judía al Perú. Ahora bien, no obstante que, en 1942, durante el primer gobierno de Manuel Prado, el Perú rompería relaciones con los países del llamado Eje (Alemania, Italia y Japón), en 1943 se produciría un serio altercado con el Cónsul peruano en Ginebra, José María Barreto.
Sucede que Barreto, atendiendo a consideraciones estrictamente humanitarias, extendió un pasaporte peruano a Frank Guenther para salvarlo de la implacable persecución nazi solo por su condición de judío. La reacción de la Cancillería fue inmediata y categórica: destituyó a Barreto de la carrera diplomática y anuló todos los pasaportes que este hubiese emitido en favor de judíos. Pero como la justicia tiene los ojos vendados y muchas veces tarda, pero llega, 66 años después de fallecido José María Barreto, en el 2014, recibió póstumamente el título de Justo de las Naciones, honor internacional reservado a quienes han contribuido a salvar vidas humanas sin esperar nada a cambio. También el Ministerio de Relaciones Exteriores se adhirió al homenaje y presentó las disculpas del caso a la memoria de quien fuera su Cónsul, fallecido en La Punta en 1948.
Pues bien, ese es el contexto en el que Hugo Coya nos presenta su aguda y conmovedora investigación que da lugar a “Estación final”: la muerte que varias familias de peruanos encontraron en la Segunda Guerra Mundial únicamente por ser judíos.
No solo el gobierno, sino la propia gente comenzó a hostilizar a los judíos que vivían en el Perú. Eso ocasionó que quienes pudieron emigraron del país, principalmente a Francia, donde tenían familiares o amigos que los recibieron. Y ese viaje fue el de su encuentro con la muerte más atroz: ser gaseados en los campos de exterminio que el delirio nazi instaló durante la guerra para eliminar a los judíos. Solo hay el caso de una sobreviviente que le da a Coya su dramático testimonio de cómo se salvó de ese horror.
Con prolijidad y cuidadoso detalle, Hugo Coya nos relata los incidentes de las familias Assa, Levy, Barouh y Lindow: cómo salieron del Perú, dónde se instalaron, qué hicieron mientras tanto y cuáles fueron, finalmente, sus destinos.
Hay dos casos dignos de ser destacados: el de Isabel Zuzunaga y el de Magdalena Truel. La primera fue una arequipeña que se casó con el francés Robert Weill, con quien tuvo dos hijas. Vivieron entre Francia y Perú. Un día cualquiera, desatada la guerra, estando en su casa en la campiña francesa, Isabel recibe a un pequeño niño judío –Jack se llamaba- a quienes los nazis andaban buscando en el pueblo. Asumiendo todos los riesgos, Isabel decide acoger a Jack e integrarlo como un miembro de su familia. Ese gesto desinteresado y lleno de amor, dio lugar a que Jack, quien sobrevivió, lograra que Isabel Zuzunaga fuera reconocida póstumamente, el año 2016, como Justa de las Naciones, título semejante al que se le concediera al Cónsul José María Barreto.
El caso de Magdalena Truel es aún más dramático. Huérfana de padre y madre, viaja con sus hermanos y se radica en Francia. Iniciada la guerra se une a La Resistencia y, desafiando todos los peligros, se dedica a falsificar partidas de nacimiento católicas a niños judíos, a quienes les salva la vida. Fue detenida y muere, tranquilamente, cuando las tropas aliadas liberaban los territorios ocupados.
Hugo Coya hace un importante aporte con su libro, “Estación final”, al revelarnos hechos ignorados o muy poco conocidos de nuestra política exterior, al tiempo que nos relata los íntimos sentimientos de humanidad que algunos peruanos tuvieron en la Segunda Gran Guerra al ofrendar su vida para salvar la de otros.

Hugo Coya, autor de Estación final
Bien habría que reconocer la calidad y condición de héroes a estos peruanos. Hoy mas que nunca necesitamos motivos para nuestra autoestima como peruanos.