“…qué es lo que quieren decir, con eso de la libertad,
usted se puede morir, eso es cuestión de salud,
pero no quiera saber, lo que le cuesta un ataúd…”
Alfredo Zitarrosa
La válvula es un instrumento que regula y controla los fluidos. Abre, cierra o desconecta. En el Estado y la política, estos instrumentos o válvulas son parte de la institucionalidad existente para que el humor, sentimiento y pensamiento ciudadano tenga salidas de desfogue y renovación de esperanzas sobre su futuro personal y del país.
Éstas, las formales, cada vez más debilitadas, son las elecciones obligatorias cada cinco años para presidente y congresistas. Cada cuatro para gobernadores regionales, alcaldes consejero regionales y regionales en todo el país.
Son, aparentemente, oportunidades para que ciudadano manifieste con su voto su análisis, opinión y opciones políticas, aunque el déficit de la oferta no otorga muchas posibilidades, por lo que el costo de oportunidad que los votantes tenemos confirma la desigualdad ciudadana existente para encarar estos procesos electorales.
Tener y buscar la información, comparar y hacer un análisis de los portales de transparencia pública o a través de los medios de comunicación supone que el ciudadano cuenta con el tiempo y los recursos para alcanzar su objetivo: formarse una opinión o posición. Adicionalmente, los espacios de representación participativa en los niveles regionales y municipales han colapsado y nunca lograron cumplir el papel de catalizadores del interés público ciudadano, más por la falta de voluntad de las autoridades políticas. El escalamiento veloz de los conflictos al nivel nacional es una muestra de ello.
De alguna manera, por un lapso breve, el voto a favor de Pedro Castillo fue una válvula política de escape y de potencial esperanza, frente a la crisis económica extremada por la pandemia y la desigualdad e informalidad de un modelo económico que, fue impuesto a la fuerza, hace dos décadas, por una dictadura política que promovió la redacción de la Constitución de 1993 y una estructura institucional acorde.
“La pandemia ha evidenciado…las grandes brechas estructurales…se vive un momento de elevada incertidumbre…no están delineadas ni la forma ni la velocidad de la salida de la crisis…los costos de la desigualdad se han vuelto insostenibles…es necesario reconstruir con igualdad y sostenibilidad, apuntando a la creación de un verdadero Estado de bienestar” (CEPAL 2020)
Muy sugerente que en el bicentenario el voto mayoritario se dirigiera hacia un profesor rural, con evidentes debilidades políticas y sociales, pero que a pesar de tener los medios de comunicación y opositores políticos en contra con el sonsonete de “no al comunismo”, y, que, te van a quitar tus propiedades y bienes, y que hubo fraude, logró imponerse en la aritmética electoral.
No sólo tuvo al frente una pésima candidata que por tercera vez postulaba a la presidencia, sino que él aparecía como lo nuevo, representando una protesta social-política contenida, frente a lo viejo conocido. El presidente Castillo en seis meses dejó de lejos en representar la continuidad de esa protesta contenida. Hoy es igualado con las viejas prácticas de aprovechamiento del cargo, unido a las dudas sobre sus capacidades personales para conducir el Estado y la política nacional.
Informaciones de primera mano, hablan de un presidente de la República no sólo equivocado en la designación de ministros y altos puestos de confianza, sino que él o su entorno, directamente, parecen más preocupados en colocar en puestos menores del aparato público a paisanos y conocidos.
Así la válvula política y social vuelve a estar contenida. En el lado opositor al gobierno se encuentra la narrativa que todo se soluciona, y se encausa la normalidad, eligiendo un nuevo presidente de la República. ¿Quiénes serían los candidatos? Keiko Fujimori postulando por cuarta vez. César Acuña que dilapido el poco prestigio con denuncias judiciales a un periodista. Hernando de Soto, Rafael López Aliaga que sólo suenan en Lima. ¿La izquierda dividida? ¿Más de lo mismo con otra presentación?
Son estos sectores políticos de derecha y centro derecha, con sus medios, que metieron miedo con le comunismo que te quitará todo, antes de las elecciones; pasando luego a no reconocer los resultados y convocando movilizaciones buscando que un pueblo en maza se manifieste como en noviembre de 2019, presionando a la renuncia de Castillo. No le ha dado resultado a pesar de sus transmisiones en directo e insultos de por medio a la figura presidencial.
Lo que es cierto es que se respira un hartazgo de lo establecido, del orden imperante. Son como odres viejos, rígidos, que a manera de institucionalidad no logran albergar a las nuevas generaciones en sus expectativas y futuro.
Se necesita un punto de quiebre, un momento constituyente le llaman algunos, para buscar el norte y nuevo pacto del país para las próximas décadas y realizar los cambios, de alta o baja intensidad, que requiere la Constitución y el modelo económico, como lo reconocen diversas posturas políticas en el país.
La redacción de la constitución de 1979, tuvo como momento constituyente de la salida de los militares del poder y el retorno a la democracia; mientras que la de 1993, también el retorno a los cauces democráticos que Fujimori dinamitó. En ambas ocasiones, antecedieron movilizaciones sociales, con sus diferencias, que obligaron a una redacción y un nuevo pactos político y social.
Mirándonos en el estallido social del sur, los análisis hablan de una fragmentación estructural de Chile donde Manuel Garretón, desde el 2016 señala que están; “…experimentando una ruptura en la relación clásica entre política institucional: partidos, Congreso, Ejecutivo y otras instituciones y la sociedad civil”.
En ese camino y en ese itinerario estamos en el Perú. Vivimos una crisis de legitimidad del orden y las reglas establecidas, que se expresa en hartazgo, pero todavía no en estallido social. ¿Porque razones? No lo sabemos. Pero el no saberlo, no significa que no pueda ocurrir, más temprano que tarde.
Recogiendo a Weber podríamos decir que la legitimidad del orden establecido se gana a partir de la adhesión que es condición para que exista el consenso del mandato y la obediencia. Nuestra no adhesión existente debilita al extremo el andamiaje institucional establecido.
En el Perú, compartimos con Chile la crítica del modelo y sus instituciones por expectativas no satisfechas y la movilidad social estancada; la creciente desigualdad social; y creo que un desgaste del pacto de 1993, de una economía asentada más en el mercado que en lo social. En ese marco, los gobiernos hacen como que se resuelven los problemas públicos; y, desde los partidos, se hace como que se escucha y se intermedia con el interés público, pero en realidad se impone el interés propio y el clientelaje.
Se necesitan proponer y construir estructuras, reglas y normas nuevas, es decir un nuevo pacto. Establecer odres nuevos en la política y el país. Un momento constituyente que está por construir y enrumbar.