La relación del conflicto Rusia-Ucrania con el mercado internacional de las energías es evidente. Rusia es uno de los principales productores y exportadores mundiales de combustibles fósiles como el petróleo, gas natural y carbón. Europa depende en gran medida de esos combustibles, por lo que su decisión de apoyar a Ucrania y sancionar a Rusia es delicada, ya que debe evaluar los costos que implica perder a un socio necesario en medio de un problema de pobreza energética (y además encontrar alternativas para suministrar energía).
El hecho de que sea posible relativizar el apoyo a un país agredido según lo que convenga a la seguridad energética de varios países debe ser una alerta respecto al significado que tiene nuestra dependencia en los recursos fósiles. No cabe duda de que un cambio de matriz que se aleje de los combustibles fósiles implicaría que grandes potencias agresoras y violadoras del derecho internacional como Rusia o los EEUU pierdan mucho del poder del que hoy abusan. Sin embargo, la paradoja está en que una transición hacia energías limpias no significaría dejar de depender del poder de países que detentan los recursos que se requieren para producir esas tecnologías. Los productores de turbinas eólicas, celdas fotovoltaicas, celdas de almacenamiento o vehículos eléctricos, tienen un control político y económico de los recursos desde sus procesos de extracción hasta la producción y comercialización, y nada impide que eventualmente actúen como lo hace ahora Rusia.
Sin duda, el balance sería positivo si para avanzar significativamente en la lucha contra el cambio climático se logra reducir la dependencia global en los combustibles fósiles, aunque ello signifique que el poder cambie de unos Estados hacia otros.
Otro aspecto relevante está relacionado a la actuación de los países en conflicto y sus aliados en procesos intergubernamentales y multilaterales. Si bien en ese ámbito ya existe una brecha política entre, por un lado, China, Rusia y sus aliados, y los EEUU, Europa y los suyos, por el otro, es posible que ésta se acentúe al extremo de que los pocos y lentos avances que se logran en los espacios políticos internacionales dedicados a la lucha contra el cambio climático encuentren obstáculos mucho mayores.
En conclusión, una transición hacia energías limpias frenaría el poder de petroestados como Rusia, pero también abriría otros espacios de poder. Si bien las fuentes de energía fósil son clave del conflicto entre Rusia y Ucrania, no creo que exista certeza de que dejar de depender de este recurso —aunque sea beneficioso para la lucha contra el cambio climático— implique también ausencia de conflictos, incluso aquellos que puedan llegar a la escala de lo que ocurre hoy en Ucrania.