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domingo, febrero 16, 2025

SALUD, RACIMO DE URGENCIAS

Nuestra antigua normalidad parece haber regresado. Los centros comerciales, los mercados, el tráfico, los chicos y chicas saliendo y regresando de la escuela, las reuniones en el trabajo, los titulares noticiosos plagados de escándalos políticos e imágenes de la violenta ciudad donde vivimos, hasta los estadios, playas, parques y centros de diversión nos dan señales inequívocas de que efectivamente, así es. A esto se suma el hecho que el número de hospitalizados y fallecidos por COVID han disminuido dramáticamente. Las imágenes de desesperación por oxígeno o una cama UCI o del dolor de la pérdida parecen haber quedado atrás.

Todo indica que la pandemia se acabó y ahora hay que concentrarnos en recuperar parte de la vida perdida en estos dos años. Hasta el sentido de urgencia por alcanzar la vacuna se ha desvanecido.

Sin embargo, la pandemia no ha terminado. Contrariamente a lo que algunas voces poco profesionales difunden, en realidad, ni la pandemia está pasando a su fase endémica, ni la fase endémica deja de ser peligrosa.

Prueba de lo primero es el rebrote que se está viviendo en Europa y en algunos países de Asia, ocasionados por una combinación de varios factores, entre ellos, la existencia de una nueva variante (BA.2), en un contexto de medidas inexistentes o muy ligeras, sumado a la existencia de bolsones de población no vacunada o en la cual la inmunidad adquirida va debilitándose. No existe razón alguna para pensar que nosotros no viviremos lo que ya Europa está enfrentando ahora. No ha sido así en las olas anteriores y no lo será en la próxima.

El que entre a fase endémica; vale decir, focos aislados de casos en territorios circunscritos, y que esta sea de menor severidad, tampoco está probado. De hecho, si las siguientes “olas” fueran como la última, causada por Ómicron, tendríamos que volver a contabilizar los casi 7,000 fallecidos que nos está dejando esta 3ra ola; sin contar, con la inmensa cantidad de horas perdidas solo por la enfermedad y las secuelas que deja en una proporción de la población.

Entonces, si todo indica que tendremos una nueva ola, esta vez producida por la variante BA.2 y que nuestra vulnerabilidad sigue siendo alta debido a que todavía nos falta vacunar con la tercera dosis a 5 millones de compatriotas mayores de 40 años (los de mayor riesgo), especialmente en Ucayali, Loreto, Ayacucho, Madre de Dios y Puno – que son los más rezagados – y que contamos con los recursos financieros, técnicos necesarios (incluyendo un número suficiente de vacunas), la prioridad número uno debiera ser el acelerar la vacunación y cerrar brechas de manera muy urgente.

Sin embargo, lo que está sucediendo es que el ritmo de vacunación ha disminuido sustantivamente.

Igual de urgente, es tratar las secuelas de la enfermedad, las cuales son un conjunto complejo de condiciones que requieren un abordaje multidisciplinario. Estamos hablando de condiciones aparentemente simples como la pérdida del olfato, hasta más complicadas, como la fatiga crónica y la pérdida de la memoria, pasando por alteraciones cardiovasculares y respiratorias.

A esto se agregan las secuelas de las largas estancias en las unidades de cuidados intensivos. Un importante grupo requiere terapia física, ayuda en su salud mental y, por si fuera poco, un grupo requiere cirugías reconstructivas de la tráquea, por las laceraciones y cicatrices que dejan, por ejemplo, la intubación y otros procedimientos invasivos.

Para ambas acciones, cerrar brechas de vacunación para reducir el impacto de la cuarta ola (sin incluir todos los demás elementos, como diagnóstico y hospitalización), así como tratar las secuelas, se requiere un plan. Lo único publicado por este gobierno, el 22 de febrero de este año, ha sido el “Plan para hacer frente a la pandemia el 2022”, aprobado mediante RM 095-2022, el cual, además de tardío es incompleto. Justamente, todo el componente de atención y manejo de secuelas del COVID19 no ha sido considerado. Por tanto, el plan debe ser reformulado, también de manera urgente.

El otro tema urgente es darle (re)impulso a la estrategia orientada a ampliar coberturas y cerrar brechas de vacunación del esquema regular en todas las edades. Solo para poner un par de ejemplos, en el 2021 solo se llegó a vacunar contra el sarampión a un poco más de la mitad de la población infantil que lo requería y son 10 regiones cuya cobertura es aún menor. La situación de la vacunación contra la polio es aun peor. La cobertura contra esta enfermedad es menor al 50% en todo el país.

Pero el racimo de urgencias no acaba con el COVID, ni tampoco se restringe a las vacunas. El año 2021 se registraron 490 muertes maternas; vale decir la muerte de una mujer mientras está embarazada o dentro de los 42 días siguientes a la terminación del embarazo. Esto es 51 muertes maternas más que en el 2020 y 188 más que en el 2019, año en que se registra la cifra más baja histórica (302). La muerte materna del 2021 es más alta, inclusive, que la registrada en el año 2009 (981).

El indicador mortalidad materna es uno de los más sensibles para medir la cobertura y la calidad de los servicios de salud; obviamente, su incremento en 60% y en tan poco tiempo dan cuenta del rápido deterioro de las capacidades resolutivas de nuestro sistema, tanto para prevenir embarazos hasta atender las urgencias obstétricas. Otro dato penoso es que el número de embarazos en la población menor de 10 años se ha triplicado entre el 2019 y el 2021. Es pues muy urgente recuperar y mejorar las capacidades de los servicios para responder a este enorme reto.

Otras urgencias ya muy bien registradas en diferentes medios son los derivados de las postergaciones diagnósticas, de tratamiento y de rehabilitación. Especial atención se debe poner a, por ejemplo, la caída cercana al 25% en el diagnóstico de tuberculosis, generándose así un riesgo, no solo para el incremento de casos con diagnóstico tardío, sino el aumento de la multidrogoresistencia. No hay que olvidar, que nuestro país ya antes de la pandemia, se ubicaba como el segundo país de las Américas, después de Brasil, con las más altas tasas de tuberculosis. Recuperar rápidamente las capacidades para ofertar diagnóstico y terapia es otra acción urgente e impostergable.

Las largas colas de pacientes esperando turnos para sus citas diagnósticas o de terapia, las protestas en las calles de cientos de madres y padres, reclamando por sus medicamentos oncológicos, dan cuenta, mejor que las cifras estadísticas, del grave deterioro en el acceso a servicios esenciales para estas enfermedades. Una emergencia más que requiere acción urgente.

Pero también existen problemas de salud no urgentes que se van convirtiendo en un enorme problema para el sistema de salud: el inmenso embalse de cirugías menores e intermedias tales como hernias y vesículas, por ejemplo. Su atención regular congestiona los todavía escasos servicios disponibles. Reorientar la capacidad instalada COVID, para organizar atención a estos bolsones de población ayudaría mucho, no solo a aliviar la molestia y el dolor a estas personas, sino a descongestionar los servicios.

Podríamos seguir con otros ejemplos igual de importantes, pero creo que ya son suficientes para dar una idea clara del panorama todavía complicado de la salud del Perú, la cual, definitivamente, no ha salido aún de su situación de estado de alerta porque enfrenta varias emergencias simultáneas. Emergencias que deben ser enfrentadas con liderazgo, conocimiento, experiencia y recursos.

Somos testigos que son justamente estos elementos de los cuales carece la gestión sanitaria actual, por lo que, como en oportunidades anteriores, Sr Presidente, la acción urgente está en sus manos.

 

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