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sábado, septiembre 7, 2024

CHINA Y COVID CERO – ¿TIGRE DE PAPEL?

Durante el mes de diciembre del 2019, en la ciudad de Wuhan, China, se reportaban los primeros casos de un grupo de personas enfermas con un tipo de neumonía desconocida, todos ellos vinculados con trabajadores del mercado mayorista de esa ciudad; tres meses después, el 11 de marzo del 2020, la Organización Mundial de la Salud la reconocía oficialmente como pandemia.

Para la mayoría de la población peruana, lo que sucedía en China, como todo lo que pasa en ese país, parecía exótico y muy lejano. Incluso, la prensa nacional, como la mayoría de la prensa mundial, caía presa de la maquinaria propagandística china y nos hacía ver un espectáculo de su ingeniería sanitaria: la construcción de un hospital en solo 10 días.

La estrategia China, conocida como “COVID Cero” se basa en el estricto confinamiento, el control social y el testeo masivo. Dio sus frutos muy temprano en la pandemia ya que en marzo del 2020, China declaraba que ésta se encontraba controlada al no reportar casos nuevos de la enfermedad.

Dos años después, 300 millones de personas de ese país en 45 ciudades de china aún se encuentran confinadas; de ellas, 25 millones en la ciudad portuaria de Shanghái, cuya importancia es capital en la economía mundial. De hecho, el cierre de este puerto explica, junto con la guerra en Ucrania y otros, el desabastecimiento y el incremento de la inflación.

¿Cuáles son las razones para que una de las más grandes economías del mundo mantenga una política de estas características, tomando en cuenta su alto costo económico y social? Las razones son políticas y sanitarias.

Entre las razones políticas se encuentran la defensa de la superioridad de un modelo de sistema de gobierno frente a los modelos de democracia de occidente. Modelo que, además, en una suerte de cuerdas separadas todos los países del mundo parecen no ver, ni juzgar, siempre y cuando, en la otra cuerda, se puedan hacer grandes negocios con pingües ganancias.

La otra razón política es por que este año se celebra el vigésimo congreso del Partido Comunista Chino, el cual reelegirá al presidente Xi Jinping, reelección que quisiera ser celebrada con la mayor estabilidad social, sanitaria y económica posible. Situación que parecían haber logrado hace dos años, pero que ahora les está costando mantener.

La tercera razón política, es porque pueden hacerlo. La maquinaria de control social, lo cual incluye el control absoluto de los medios de comunicación, es una de las armas más poderosas con las que cuenta el gobierno. Las posibilidades de protestas o movilizaciones masivas o grandes olas de desobediencia civil son impensables e impracticables en la China de hoy, a pesar de su desarrollo industrial y tecnológico.

La otra razón es sanitaria. Con mil cuatrocientos millones de chinos, el impacto de la pandemia puede ser de dimensiones no vistas en la historia de la humanidad; de especial preocupación son los casi 170 millones de personas mayores de 65 años, los cuales, como sabemos, constituyen uno de los grupos más vulnerables.

El problema se agrava por las bajas coberturas de vacunación en esta población; producto de haber sido priorizada la recuperación económica y, como consecuencia, haber vacunado primero a la población económicamente (y socialmente) activa.

Por otro lado, la vacuna utilizada en China, siendo eficaz, no es la más eficaz de las disponibles globalmente y han perdido parte de su efectividad contra las nuevas variantes. Tampoco tienen la posibilidad de combinar tecnologías, lo cual, en algunos casos, puede otorgar beneficios adicionales.

La política COVID cero, ha tenido un efecto paradojal. Al impedir que la población tenga contacto con el virus, también limita el desarrollo de la inmunidad natural, la cual se suma a la protección generada de forma artificial por las vacunas.

A los altos números de personas en condición de vulnerabilidad, se le suma la fragilidad del sistema de salud chino, fragilidad que no se condice con el espectáculo montado por las imágenes que nos vendieron de hospitales instantáneos.

China está haciendo esfuerzos para salir de las reformas neoliberales privatizadoras (sí, privatizadoras) de los 90s, las cuales limitaron el acceso a los servicios de salud, fundamentalmente por no poder pagarlos. La mayoría de los chinos quedaron sin protección financiera en salud y los costos de pago directo de bolsillo se incrementaron hasta llegar al 60% del gasto total en salud (en Perú, hoy, es del 30%). Estas reformas, así mismo, debilitaron el sistema de salud pública, producto del debilitamiento general del rol del estado en salud.

En el año 2003, una epidemia de síndrome respiratorio agudo en China reveló las múltiples falencias del sistema. Sin embargo, no es sino hasta el año 2009 que el partido comunista chino aprueba una serie de reformas orientadas a establecer un sistema de salud efectivo y equitativo que garantizara cobertura universal para el año 2020, fortaleciendo la provisión de servicios, la seguridad en salud y la provisión de medicamentos esenciales.

A pesar de los avances logrados por el gobierno chino en estos años, la situación del sistema de su sistema de salud sigue siendo precaria. Según los datos del Banco Mundial (BM), la inversión pública como porcentaje del Producto Bruto Interno (PBI) es de 3.0%, la mitad de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), cifra similar al Perú que es de 3.28%, con las abismales diferencias en términos de población y tamaño del PBI. Sin embargo, si comparamos la inversión per cápita, las deferencias no son significativas. El gasto público per cápita en salud en China equivale a 493 dólares, unos 50 dólares más que en el caso peruano.

China también ha mostrado avances en protección financiera en salud. Como hemos dicho afirmado líneas arriba, más de la mitad del financiamiento de la salud provenía del gasto directo de bolsillo y las reformas la han reducido a la mitad. Hoy, en China y en Perú, el financiamiento directo de bolsillo, el más empobrecedor de los mecanismos, se encuentra alrededor del 30%, 10 puntos más del máximo recomendado por la OMS.

Finalmente, China, como el caso peruano, tiene que lidiar con la fragmentación de su sistema de salud, atravesado por una organización nacional, otra para ciudades urbanas y otra para zonas rurales; la igual que la segmentación de sus fondos en uno público y dos sistemas de seguridad social; esto, sin contar el sector privado.

Pero, las similitudes no se limitan a la precariedad y la fragmentación, también incluyen la baja capacidad resolutiva y de calidad del primer nivel de salud, el incremento de los costos de los cuidados médicos y el ineficiente uso de los recursos, las debilidades de gestión y gobernanza de estos múltiples sistemas; por tanto, compartimos los mismos retos, la integración de sus sistemas en uno que tenga como base un potente primer nivel de atención, un sistema consolidado de financiamiento; así como, un mejor sistema de información, monitoreo y evaluación.

En conclusión, aparte de las razones políticas y sociales, el gobierno chino tiene poderosas razones sanitarias por las que sigue apostando por la estrategia COVID Cero, las cuales se expresan en una letal combinación de extrema fragilidad de su sistema de salud y la elevada proporción de poblaciones vulnerables, lo cual se reflejaría en cifras dantescas de mortalidad por COVID19.

Sin embargo, para el resto del mundo la estrategia COVID cero es una especie de tigre de papel, una medida que terminará por desmoronarse por considerarla insostenible. Solo el tiempo dirá.

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