El paladín de la justicia internacional, Superman en capa roja, el héroe que mata dragones, el país del sueño americano… y la verdad es que estos últimos años la nación del norte es tan solo un héroe caído, dañado, envejecido y a punto de implosionar. La crisis de los tiroteos masivos en Estados Unidos ha escalado a lugares impensables, y junto con la crisis de los opioides y la de salud mental después de la pandemia, el país no parece tener un buen futuro por delante.
La sociedad estadounidense está acostumbrada a enviar a sus hijos a morir en guerras más allá de sus fronteras, “abroad”, y también a que vuelvan de ellas física o psicológicamente dañados, sin esperanza; según muchos allí, existe un bien mayor para justificar este destino, es una sociedad acostumbrada a empuñar las armas para hacer lo que se requiere en nombre de “la paz y la democracia”, y que moviliza a miles, decenas de miles de tropas; jóvenes enlistados con una promesa de cuento de hadas, la “lucha por la justicia”.
En los últimos años, sin embargo, esta sociedad ha llegado a un límite, que se ha traducido en lo que mencioné al principio de este texto: violencia por armas, abuso de opioides y una enorme crisis de salud mental.
Hace tiempo se documenta a las víctimas de las armas de fuego en Estados Unidos, y la tasa ajustada por edad de muertes causadas por esta causa en el año 2020, llegó a 36 mil muertes al año, un número terrible y muy superior a las tasas por estos hechos en otras naciones del mundo. Por otro lado, no hablamos únicamente de muertes, sino de traumas y horror para una sociedad que vive a la sombra de la gran cantidad de armas que posee: en EE. UU. existen más armas que personas, según un informe periodístico reciente. Además, otro reportaje afirma que durante la pandemia la compra de armas se ha disparado, en medio de los miedos que generó la enfermedad y la agitación política de los últimos dos años, sobre todo entre los más jóvenes.
En este contexto comenzamos a pensar en la crisis de opioides que ataca a un país partido a la mitad, que se cubre de sangre cada dos o tres meses en otro tiroteo en alguna escuela o concierto, y comenzamos a encontrar la lógica en la coincidencia de epidemias. La crisis de los opioides tiene sus orígenes en un peligroso juego que calificaba al dolor como unos de los grandes problemas de salud de los estadounidenses, lo que en realidad era una enferma y codiciosa maniobra de algunas farmacéuticas para inundar los mercados con medicamentos basados en opioides, sabiendo lo que esto causaría, mintiendo y engañando a un confiado pueblo de los Estados Unidos, lo que provocado aproximadamente 50 mil muertes al año por causas relacionadas al abuso de los mismos.
Pero veamos más allá: una nación que acostumbra entregar a sus hijos para interferir en la política de otros, que los ve morir y regresar destrozados, enfrentando estrés post traumático en una gran parte de su población, pues no solo afecta a los veteranos sino a las familias y sus entornos, y por ende a toda el país, y como era de esperar tiene que enfrentar en este tiempo estas dos epidemias, que están destruyéndola por dentro. Una crisis de salud mental es solo una consecuencia lógica de semejante mezcla de epidemias, y de un pasado atado a la sangre de propios y extraños.
El país del sueño americano -por muy atractivo que parezca- comienza a mostrar su cara oscura y precaria, y lo peor es que nadie puede detenerlo, los intentos por superar los problemas generados por una guerra comercial pérdida con China y Rusia, los llevan al límite de una nueva guerra real, mientras las autoridades americanas mueven sus fichas para comenzar otra vez el gran negocio de la guerra para conservar su estatus como la nación más poderosa del mundo, alegando luchar por la democracia y contra la dictadura, en el caso de Ucrania y China, usando todo su aparato mediático mientras lo único que desean obtener es un gran beneficio económico para sus intereses.
Yo me pregunto: ¿Vale la pena sacrificar la salud de una población entera por intereses económicos? Creo que las autoridades de ese país deberían estar replanteándose ciertas prioridades, porque las paredes de su casa de cristal se están agrietando desde adentro.