Hace un par de semanas, cuando llegué a Cajamarca, contraje COVID19.
En plena cuarta ola era algo lógico, y de eso trata esta columna: de cómo tener COVID19 afecta nuestra vida y nuestra salud mental, y la de la gente que está a nuestro alrededor.
Cuando se iniciaron los síntomas decidí no hacerme la prueba, porque a esta altura de la pandemia siento que el estrés de hacerse pruebas múltiples solo aumenta la ansiedad en quien se enferma; con tres vacunas encima esperé tener síntomas leves y poder pasarla como una gripe fuerte y nada más. Sin embargo, después de comenzar con síntomas como náuseas y estomago suelto y una molestia muy rara en la garganta, el sábado por la tarde comenzó la fiebre, que no se detuvo hasta siete días después.
En esta ocasión no funcionaron, como esperé, los medicamentos para la fiebre; me asusté y tomé más, pero llegada la noche del domingo la fiebre no cedía y mi garganta no dolía, pero estaba completamente seca y cerrada; no podía respirar, y me dolía el pecho profundamente, con un dolor agudo y extraño; mis manos y pies dolían cada vez que la garganta se cerraba y me ahogaba, sentía que el dolor de las articulaciones se agudizaba cada vez que no podía respirar. Para las 3 de la mañana del lunes la sensación de ahogo y el dolor agudo eran tan fuertes que pensé que iba a morir, literalmente.
A esa hora de la madrugada reuní todas mis fuerzas y valentía, llamé un taxi y me trasladé hasta la posta medica de Baños del Inca. Allí, valgan verdades, me atendieron rápidamente y con buen talante: midieron la oxigenación de mi sangre y las pulsaciones, que resultaron normales para mi sorpresa, porque aún no podía respirar y el dolor agudo en el pecho no disminuía. El médico ordenó una prueba de antígenos, que obviamente salió positiva.
Antes de ir al centro de salud sentí que la vida iba a dejarme; el no poder respirar me hizo pensar en mi familia: mis hijos y mi madre. ¿Y si no los veía nunca más? ¿Y si era una de esas personas que fortuitamente resultarían muertas victimas del virus, si mis pulmones no resistían debido a mis múltiples condiciones respiratorias? Me embargaron un miedo y sensaciones que no había tenido nunca.
Aquí viene mi reflexión de lo que este virus misterioso y versátil ha hecho con nosotros y nuestra salud mental, la COVID19 nos ha inundado de miedo e incertidumbre, aun ahora que tenemos vacunas; el peso de cuan desconocido es este virus es más fuerte que la certidumbre de una vacuna.
En mi caso, si bien la soledad y un cansancio y fiebre profusos durante casi siete días fueron una gran fuente de temor, tengo los medios para sortear la enfermedad; por eso no puedo imaginar cómo se sienten las personas menos privilegiadas, que aparte de la soledad y el abandono, sufren posiblemente todos los síntomas que he mencionado en este texto sin los medios para atenderse en una posta porque no tienen como trasladarse o no hay acceso habilitado. El temor de dejar a tu familia desamparada en el caso de quienes somos jefes de familia cala de tal forma en la psiquis que hace que la enfermedad nos afecte de una manera mucho más fuerte.
Y en el caso de los familiares, el temor de no volver a ver a la persona enferma, o no poder calmar sus males debido a un sinfín de razones -por no tener dinero o no saber qué hacer- o por el temor de llevarlo a una posta y no verlo nunca más es un factor constante. El temor a esa muerte que ronda nunca había sido tan palpable para tantas generaciones desde hace ya más de un siglo. Lo que más temor provoca, y es lo que sentí durante la enfermedad, es ignorar que consecuencias vaya a tener toda esta incertidumbre y temor en todos, que estamos agotados, temerosos de nuevas mutaciones y sus efectos, y temerosos de que nuestras vacunas no funcionen.
Hay quienes hasta ahora no salen a la calle ni se quitan la mascarilla, incluso en espacios abiertos. No puedo ni pensar cómo se sienten las personas que han perdido tanta gente, familias enteras fallecidas por este virus aún impredecible.
Quiero también que mis palabras sean un homenaje a todas las personas que han pasado la enfermedad en medio de las condiciones más adversas y sin ningún recurso ni ayuda; a ustedes es a quien se debe la salud pública, a ustedes es en quien deben concentrarse todos nuestros esfuerzos para mejorar el sistema de salud. A ustedes, las personas más vulnerables, para que pronto puedan tener una atención digna, eficiente y humana.