Por Erick Iriarte
Hace un año el gobierno decretó la cuarentena porque la OMS había elevado los contagios del Covid-19 al grado de pandemia. Hace un año que nuestra realidad cambió no por la pandemia en si misma, sino a razón de cómo estábamos preparados para enfrentar un suceso de esa magnitud y por cómo pudimos (o no) adaptarnos a este fenómeno. Escribo estas líneas como una evaluación de lo que hemos pasado y seguimos haciéndolo, dado que aún esto no acaba (y de paso debo decir que nos debe servir de preparación para la próxima pandemia).
El Perú entra al 2021 con la esperanza de que a los 200 años de nuestra independencia finalmente se materialice los deseos de un Perú prospero y de bienestar social y económico para todos, donde el ejercicio de libertades y respeto de derechos sea el día a día de todos. Esta era la esperanza a inicios del 2020 que veía próximo el inicio del debate electoral y que tenía la esperanza que el Congreso entrante representaría un equilibrio frente al Ejecutivo. Y llegó la pandemia.
El 16 de marzo del 2020 ya estábamos en cuarentena; un virus que llegó raudo obligó a que las primeras acciones del Congreso de la República, con su flamante formación de nuevos congresistas, tuvieran que decidir cómo hacer sesiones virtuales y que estas tengan valor legal (debemos añadir que, inclusive, el Tribunal Constitucional les debió enmendar la plana en el sentido que deberían votar uno por uno y no en bloque por medio de su vocero, como se hizo inicialmente). El Poder Judicial tuvo que acelerar el proceso de su expediente digital que había iniciado a mediados de los 90’s y avanzando lentamente, un sistema híbrido que tuvo que mezclar procesos por casillas virtuales con firmas escaneadas porque no se pudo desplegar la solución de firma digital para todos los abogados (y que sigue siendo híbrido). El Poder Ejecutivo que tuvo que enfrentar el reto de informar a las personas, abrir la economía que había sido cerrada abruptamente, y enfrentar el creciente número de muertos que nos llevó a los primeros lugares del mundo en muertos por millón (con las cifras oficiales es así, y puede que con las cifras no oficiales nuestra posición sea difícil de alcanzar).
Nos vimos envueltos en la vorágine del trabajo remoto, la educación a distancia, la telemedicina, la compra por Internet y el aumento del delivery de productos para evitar un posible contagio, y diversos fenómenos que pusieron a prueba la conectividad. Una conectividad que lleva años relegada, especialmente por las trabas alrededor de la instalación de antenas (en medio de la pandemia OSIPTEL ha dicho que deberíamos tener 60 mil antenas para el 2025, si queremos 5G e Internet de las Cosas; lo cierto es que tenemos casi 29 mil a la fecha y en nuestros cálculos para el 2023 deberíamos ya tener 80 mil como mínimo). Sin embargo, a pesar de esta mala conectividad, debe reconocerse que pudimos avanzar.
La transformación digital tocó a las empresas; pasamos de sistemas de recepción de facturas físicas a acelerar, primero que los proveedores tengan factura electrónica y, segundo, a adoptar sistemas de recepción de facturas electrónicas que se conecten con nuestros sistemas de gestión financiera; aceleramos los procesos de ciberseguridad dado que teníamos redes expuestas por el trabajo remoto de nuestros colaboradores; e hicimos procesos de subasta electrónica para la adquisición de bienes y servicios manteniendo el distanciamiento social. El procurement básico paso a ser eprocurement tomando soluciones prácticas para mantener la cadena productiva, y además tuvimos que apoyar a nuestros proveedores con plataformas de factoring. Si a eso añadimos los cumplimientos normativos en materia de protección de datos personales y de lucha anticorrupción, la salida para la continuidad de nuestros negocios se volvió digital.
La vida se mostró digital. Se mostró porque desde hace décadas no hemos ido digitalizando de a pocos: procesos de impuestos, compras, usamos Netflix, Disney+ y Amazon Prime, y tenemos redes sociales, usamos whatsapp o telegram hasta para compartir la cena navideña (o discutir sobre la última encuesta presidencial). Nuestro mundo se volvió digital, pero no logramos conciliar todo en un solo proceso.
Hablando del proceso electoral, es poco lo que han mostrado los planes de gobierno sobre el tema (sugiero tener en cuenta esta Agenda Mínima: https://noticias.ebiz.pe/elecciones-2021-la-agenda-digital-minima/ ). Me preocupa más cuando el Congreso acaba de aprobar que el acceso a Internet sea un derecho constitucional (falta la segunda votación en la próxima legislatura), y que además plantea que en los espacios públicos el acceso debe ser gratuito. ¿Quién pagará la cuenta?
Este 2021, es el año para lograr un #perudigital, porque si hay alguna independencia posible, es la libertad que la tecnología nos puede brindar, sin violar libertades y derechos, permitiéndonos una mejor calidad de vida, igualdad de oportunidades y, especialmente, la posibilidad de que como país tengamos un resurgir tras esta pandemia.
Bienvenida la revolución digital. Bienvenido el Perú digital.