En mi columna anterior me referí a la utilidad de observar con “perspectiva” los hechos internacionales, incluso aquellos en los cuales nosotros mismos estamos inmersos. Teniendo ello en mente, les propongo esta vez cruzar el Atlántico. Exploraremos juntos la campaña electoral que llevó a la victoria a Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid para extraer de ella algunas reflexiones útiles sobre la defensa de la libertad en España y América Latina.
En primer lugar, la campaña de Díaz Ayuso enfocó la defensa de la libertad en contraposición a la izquierda.
El lema “Socialismo o libertad”, dirigido contra el gobierno liderado por Pedro Sánchez, se convirtió en “Comunismo o libertad” cuando Pablo Iglesias anunció su intención de competir en las elecciones madrileñas. Y, pese a que al final quedó formulado únicamente como “Libertad”, nunca perdió el espíritu original de antagonismo frente a la izquierda, a la cual vinculaba precisamente con la restricción de las libertades de los ciudadanos.
Este antagonismo llegó a ser tan pronunciado -y la candidata lo encarnó con una determinación tan propia de su carácter- que le valió el sobrenombre de la Dama de Hierro de Madrid, en una clara alusión a Margaret Thatcher. El artículo de The Times que así la definió señaló también que Díaz Ayuso se encontraba “en guerra” con el gobierno central de tendencia socialista.
Este espíritu opositor no se circunscribió únicamente a la izquierda española. En el contexto del anuncio de la candidatura de Pablo Iglesias a mediados de marzo, Díaz Ayuso identificó a Madrid como una ciudad en la cual conviven ciudadanos de diferentes rincones del mundo, incluyendo a aquellos que han huido de países afectados por gobiernos autoritarios basados en una ideología similar a la de Unidas Podemos. En su discurso, se refirió a los inmigrantes de “Europa del Este” e “Hispanoamérica” -haciendo una alusión implícita a Venezuela- y apeló a la unidad de todos aquellos que defienden “un proyecto de ciudadanos libres e iguales” en contra del “comunismo” representado por Pablo Iglesias y su partido. El caso de Venezuela es especialmente ilustrativo. Por un lado, el Partido Popular respalda a la oposición venezolana en su búsqueda de una transición a la democracia desde hace varios años, y algunos de sus miembros contribuyen a ello de manera personal. Pero, por otro lado, es cierto también que en años recientes la derecha española suele instrumentalizar políticamente el rechazo que genera la crisis en Venezuela.
En segundo lugar, su campaña vinculó la defensa de la libertad con un estilo de vida abierto y audaz, en contraste con las restricciones impuestas en otras comunidades autónomas -y también en otras capitales europeas- debido a la pandemia. Díaz Ayuso se presentó como una presidenta decidida a preservar la salud sin asfixiar la economía; y exhibió sus logros principalmente en la hostelería y la cultura. Miles de empleos en el sector hostelero pudieron mantenerse debido a sus políticas de apertura y, como es esperable, los ciudadanos beneficiados por ello le brindaron su apoyo. Asimismo, una serie de funciones de La Traviata marcó la reapertura del Teatro Real en julio de 2020 y fue coronada por un histórico bis de la soprano estadounidense Lisette Oropesa en el aria Addio, del passato. Solo dos días antes de las elecciones, el músico Nacho Cano fue condecorado con la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo y decidió entregarle su condecoración a la presidenta por haber tenido la valentía de mantener activo el sector cultural durante la pandemia. Todo ello reforzó la imagen de Madrid como una ciudad en la cual la cultura y la vida social no son solo una fuente de ingresos, sino también una valiosa seña de identidad.
Mientras tanto, ¿qué ocurre al otro lado del Atlántico? Pues mientras en Madrid el Partido Popular evalúa sus opciones ante un posible gobierno con Vox y Pablo Iglesias se ha retirado de la política, la defensa de la libertad en América Latina está siendo planteada en términos similares a los de la campaña de Díaz Ayuso.
La crisis en Venezuela ha generado un éxodo de más de cinco millones de personas y un enorme temor ante la posibilidad de que esta nefasta experiencia sea replicada en países vecinos. El “comunismo” es asociado con el carácter autoritario de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro y, de manera más amplia, con el legado del Socialismo del Siglo XXI. Frente a ello, líderes políticos, mediáticos e intelectuales de derecha plantean la defensa de la libertad en contraposición con el “comunismo” -tomando como ejemplo emblemático de este a Venezuela- y en favor de un estilo de vida en el cual los ciudadanos puedan tomar decisiones económicas, sociales y culturales sin una injerencia excesiva del Estado.
Así, durante la campaña para la elección de los integrantes de la Convención Constitucional en Chile, aparecieron afiches instando a “votar por la libertad” y “frenar al comunismo”. La reciente violencia en Colombia y la candidatura presidencial de Pedro Castillo en Perú han encendido las alarmas frente al riesgo de que ambos países puedan convertirse en las “próximas fichas” de la desestabilización de la democracia en la región y, en el caso peruano, una información falsa respecto al apoyo de Pablo Iglesias a Pedro Castillo generó protestas debido a la supuesta intervención de un líder “comunista” español en la campaña electoral.
Quizá sea momento de replantear nuestra defensa de la libertad. ¿Realmente nos definimos en oposición a la izquierda y al “comunismo” o a todo tipo de autoritarismo?, ¿qué lecciones nos ha dejado acoger en nuestros países a personas que han huido de Venezuela? Las democracias son frágiles y, si realmente deseamos contribuir a su consolidación para evitar más crisis humanitarias como la de Venezuela, podríamos empezar por entender esta experiencia en profundidad y no solo usarla como un arma arrojadiza.
Vivimos tiempos de cambio y es innegable que las instituciones de nuestros países requieren reformas. Contribuir a la construcción de una sociedad libre y moderna, en la cual cada persona pueda idear y realizar su proyecto de vida según sus aspiraciones y valores, requiere compromiso, seriedad y valentía. En Madrid, los resultados han premiado, sobre todo, la valentía de la gestión de Díaz Ayuso. A partir de ahora, toca demostrar compromiso con la continuidad de las políticas que han resultado exitosas y fijar límites claros en los pactos de gobierno. Y en América Latina -especialmente en el Perú dada la cercanía de la elección presidencial- toca exigir mayor seriedad a nuestros candidatos. No debería ser suficiente elegir a uno de ellos por rechazo o temor a su oponente, o porque representa un “mal menor”. En la analogía de la competencia electoral como un mercado, deberíamos ser compradores mucho más exigentes.