¿Qué tanto deben unirse y mezclarse como una masa ingente que no reconozca cuales son las prioridades de sanidad para la población? ¿Qué tan aceptable moralmente es permitir a algunos hacer daño u obtener beneficios basados en sus creencias e intereses, o justificando actos sin el menor decoro?
Estas preguntas me han rondado desde que comenzó la pandemia. La enfermedad se ha convertido en un poderoso driver para el juego diplomático y político de alcance tanto local como global; podríamos decir que el uso de las ayudas contra la pandemia ha influenciado y cambiado el plano de la geopolítica internacional de una manera poco esperada. Los roles de bueno y malo se han trastocado; en ese aspecto ha influido la actitud de China y Rusia, y su comportamiento “solidario”, al manifestar abiertamente su voluntad de hacer de las vacunas un recurso publico y gratuito, a disposición de toda la humanidad.
Esta discusión puede ser para algunos abstracta, pero en realidad es de suma importancia, debido a lo que implica en el futuro del sistema mundial después de la pandemia, como veremos a continuación.
La guerra comercial por los territorios del sur global -y el resto del mundo-, comenzó antes de la pandemia, y se transportó de la lucha tecnológica de grandes redes y software al campo de la salud pública cuando la pandemia inició. China se ha consolidado como una nación capitalista bajo un régimen totalitario comunista, y lleva un tiempo expandiendo sus redes comerciales por todo el mundo, incluyendo a Latinoamérica. Por su lado, Rusia ha encontrado el camino a la soberanía comercial en Europa, de alguna forma en una nueva guerra fría.
En esta pandemia ambas naciones han desplegado sus recursos científicos y biotecnológicos para desarrollar vacunas para la lucha contra el SARS-CoV-2, 4 de ellas actualmente en uso alrededor del mundo con gran éxito, aunque con autorizaciones de emergencia, incluyendo a la de Sinopharm, que acaba de ser aprobada para su uso en adultos mayores de 18 años por la OMS. Rusia, por su parte, ha iniciado la transferencia tecnológica a Argentina y México, que producirán bajo su supervisión la vacuna Sputnik V, para combatir el SARS-CoV-2 y sus variantes.
Por el otro lado tenemos a las naciones del norte global, que han acaparado el 95% de los recursos usados para la producción de las vacunas, y que intentan bloquear en la Organización Mundial del Comercio la liberación de sus patentes. Podríamos decir que han tenido una pésima performance durante la pandemia, desde el acaparamiento de los suministros antes del desarrollo de las vacunas, y la guerra comercial derivada de esta, hasta la política de Trump para restringir los contratos de compra de vacunas y prohibir que Estados Unidos puedan donarlas a otros países al priorizar a su población.
Solo hubo una declaración de buena voluntad después de más de un año de pandemia, cuando hace algunos días el presidente Joe Biden mostró el apoyo de su gobierno a la liberación de las patentes; a pesar de ser un momento histórico y digno de reconocimiento, no será suficiente para recuperar la confianza de los países que han encontrado la solución a la lucha contra la pandemia en las propuestas de Rusia y China, y costará mucho a las naciones ricas en términos comerciales después del termino de la pandemia.
Esto me lleva a preguntas adicionales: ¿qué tan cierto es el papel de malos de la película de China y Rusia? ¿Han hecho uso diplomático y político de sus vacunas? ¿O nuestra visión del mundo se ha sesgado tanto que no podemos aceptar que el comportamiento de ambas naciones debería ser el estándar mínimo de cualquier gobierno durante una situación similar?
En estas circunstancias, el error moral más grande que podríamos cometer sería alentar a nacionalismos o lateralismos a partir de falsas percepciones: las fronteras -debemos recordarlo- son tan solo límites imaginarios, y las naciones no pueden mantener restricciones por siempre, o aislar al virus en algún país de África.
Debemos recordar que estas ideas ya han sido puestas a prueba en el pasado, con un gran éxito del multilateralismo: la última gran cruzada internacional para eliminar una enfermedad fue organizada por la OMS en 1976 para erradicar la viruela, y resultó más que exitosa; obviamente necesitó que todos los países trabajen juntos, cooperando sin intereses particulares.
50 años después, ¿no podemos unirnos y eliminar nuestros nacionalismos básicos e inmorales, nuestros sesgos cognitivos y trabajar juntos? No solo para la erradicación de este virus mortal, sino también para el desarrollo de un nuevo sistema sanitario mundial basado en la prevención, con un cambio de paradigma alimenticio y dejando de lado la irrupción en los ecosistemas animales, que hará retroceder nuevas enfermedades zoonóticas emergentes y permitirá retardar el cambio climático.
Falta mucho para que este virus se vaya, y es posible que se quede entre nosotros por años, pero debemos ir más allá e intentar una mejor coexistencia. Si no lo logramos, puede que en próximas pandemias no seamos en absoluto afortunados