Los hospitales Goyeneche y Honorio Delgado Espinoza han representado por años el sistema de la salud pública en la ciudad blanca. Durante toda mi vida, me he atendido en estas dos instituciones y, al igual que miles de arequipeños, he hecho colas de madrugada, compartido salas de espera con muebles rotos y desgastados, y sufrido todas las precariedades del sistema: el pragmatismo de la pobreza no da más opción que esos servicios. Puedo decir también que después de años de trabajo en campo, haciendo encuestas de investigación en los barrios más pobres de Arequipa, he observado que miles de personas desconfían del sistema de salud y de cualquier servicio que pueda ofrecer el estado, pero que sin embargo tienen que acudir a ellos porque no tienen otra alternativa. La impotencia de sentirse mal atendidos, maltratados y olvidados hace que las percepciones y experiencias se modelen de acuerdo con este trato y la forma en que han recibido esos servicios, y provoca que sea difícil cubrir la distancia que existe entre el sistema sanitario y la población.
A pesar de esto, estoy segura de que no podemos culpar solo al sistema de salud o al estado ineficiente por esos malos servicios, sino que debemos ver más allá y entender el contexto de intereses que han priorizado el modelo biomédico y el establishment asociado a una visión neoliberal, los cuales han sido perpetuados durante más de 50 años y cuyos orígenes pueden remontarse hasta la fallida reforma estructural (1), que se trató de hacer durante las postrimerías del gobierno de Velasco y que al final terminó por destruir el enfoque de Atención Primaria de Salud planteado por la Comisión Nacional de Reforma Sanitaria en el año 1975, lo cual, de manera directa, nos ha llevado hasta el desastre en la salud pública que tenemos hoy en día.
El status quo de política neoliberal, implantado a comienzos de los ochenta, reemplazó al modelo keynesiano a nivel global; particularmente en América Latina eliminó además el modelo “cepalista”; este cambio disparado principalmente por el inicio del modelo de bienestar europeo y por la crisis económica mundial de aquello años, fue además impulsado por el temor de los Estados Unidos por una supuesta invasión del comunismo en su mal denominado ‘patio trasero’.
La salud se ha convertido en una mercancía, que ha sido privatizada y transformada en una mera forma de acumular capital (1); en la práctica ha perdido su estatus de derecho, y por lo tanto los más vulnerables tienen que conformarse, como dije antes, con servicios precarios y deficientes. Esta crisis no solo es visible en pequeña escala dentro de nuestro país y en su población más vulnerable, sino que se ha hecho plenamente visible a nivel mundial, una señal clara de que el ciclo del modelo ha llegado a su fin.
Esto se reafirma cuando vemos que en el Perú 73 mil personas -que podrían ser fácilmente parte del porcentaje de peruanos que conforman los sectores A y B- se han vacunado en el extranjero, en una nación donde el estado si es regulador y cumple su función y donde se ha optado por el retorno al modelo keynesiano. Dentro de ese gran número de peruanos, se encuentran algunos padres de la patria que culpan de su accionar egoísta y poco solidario a la ineficiencia del estado y que al mismo tiempo promueven que la salud se privatice y se mercantilice de mano de la economía social de mercado, mas aún de lo que ya está. La solidaridad del cambio es lo que debería primar en estos momentos tan dolorosos, y esos padres y madres de la patria privilegiados, que han podido ir a vacunarse a otros lugares deberían, en lugar de promover la mercantilización de la salud, estar impulsando reformas estructurales a nivel global, para poder brindar servicios sanitarios de calidad a todas las personas, y no solo a algunos pocos.
El pragmatismo de la pobreza debe ser reemplazado por el cambio solidario. Solo así podremos pasar del paradigma neoliberal, que nos ha gobernado durante 50 años, y mejoraremos no solo el sistema sanitario nacional, si no el mundial, desterrando la idea de consumo mercantilista y permitiendo desarrollar e implementar una visión mas respetuosa de los recursos y de las personas, pensando no solo en la producción de riqueza, si no en la obtención de calidad de vida, para el presente y también para el futuro.