Quienes estuvieron ahí aseguran haber sido testigos de un diálogo entre dos genios. Fue en setiembre de 1967, hace cincuenta y cuatro años, que Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa conversaron en Lima sobre literatura.
García Márquez tenía 40 años y acababa de publicar ”Cien años de soledad”, y Vargas Llosa apenas 31 años y ya había recibido el Premio Rómulo Gallegos por “La casa verde”. No se equivocan quienes dicen que escucharon a dos grandes conversando. El tiempo se encargó de confirmarlo con la contundencia de los hechos: ambos obtuvieron el Premio Nobel de Literatura.
Recientemente se ha publicado, en pulcra edición de Alfaguara, dicha conversación con el título de “Dos soledades: un diálogo sobre la novela en América Latina”.
Se trata principalmente de un intercambio de preguntas y respuestas. Vargas Llosa, como anfitrión, formula las preguntas y García Márquez responde, aunque en una que otra ocasión se intercambia los roles.
Es en este diálogo que García Márquez, ante la interrogante de por qué escribes, responde aquella ahora célebre frase: “… escribo para que mis amigos me quieran más”. Se trata sin duda de un momento de espontanea intimidad. Vargas Llosa había introducido el tema de la escritura, del impulso literario, de la vocación personal y, repentinamente, surgió la inocente pregunta. La respuesta, aunque lacónica y poco intelectual, fue lo suficientemente rica que su autenticidad no dio lugar a ninguna repregunta. Es probable que solo algunos contados escritores hayan pensado en algún momento que su vocación literaria viene del impulso inconsciente del reconocimiento de los demás, empezando por el amor de quienes queremos. García Márquez se encargó de evidenciarlo.
Cuando Vargas Llosa trata sobre los temas de la literatura y, en especial, en América Latina, García Márquez se explaya con la imaginación que despliega en cualquiera de sus novelas. Las experiencias personales, sostiene, son fundamentales. Y enseguida relata las diversas vivencias que ha tenido desde niño para asegurar que los temas literarios los proporciona la realidad. Confiesa que “Cien años de soledad” lo tenía escrito desde adolescente: su esquema, los hechos, los personajes, las características de la historia, hasta el nombre Macondo lo tenía concebido desde siempre, aunque se demoró el tiempo necesario para escribir la novela. Me faltaba –dice- lograr el ritmo, el tono, dominar el lenguaje. Tuve que escribir cuatro libros antes, como entrenamiento, asegura García Márquez.
Pero además de las experiencias personales, existen las lecturas, los hechos históricos y sociales, y la cultura, agrega Vargas Llosa.
García Márquez, en este contrapunto, acepta el comentario y agrega que en Latinoamérica los hechos son tan increíblemente desaforados que parecen irreales, motivo por el cual el novelista tiene que hacer esfuerzos de técnica literaria para convertirlos en verosímiles. Entre las dictaduras que ha habido, las catástrofes ocurridas, las costumbres de la gente y las tradiciones ancestrales, se acumulan tal cantidad de insumos que efectivamente en América Latina es posible tener una literatura trascendente.
Vargas Llosa agrega que algo de eso se viene logrando con el denominado fenómeno del boom de la literatura latinoamericana. Ya se habían escrito Rayuela del argentino Julio Cortázar y La muerte de Artemio Cruz del mexicano Carlos Fuentes, además de las obras cumbre de los dos escritores que conversan.
García Márquez, sobre el tema, hace un comentario interesante: el boom, antes que de escritores es de lectores. Hay un público ávido de reconocerse en esas historias noveladas, de revisar sus antecedentes y saber sobre sus antepasados, así como de sorprenderse y disfrutar de sus gratas experiencias, y sufrir y llorar por sus desgracias. Es la gente antes que los novelistas la que produce el boom, reitera García Márquez.
La riqueza de la conversación y la trascendencia de las ideas que abordaron García Márquez y Vargas Llosa en aquel encuentro limeño, fueron el anuncio de lo que vendría después para ambos: convertirse en autores relevantes de la literatura universal.
Y es que resulta sorprendente que hace cincuenta y cuatro años estos dos noveles escritores le hayan anticipado al mundo que con su escritura, tiempo después, cada uno de ellos se convertiría en un Nobel de Literatura.