Para el 2016, la coalición conservadora se alineó claramente con Fuerza Popular. Pero no dejó de envenenar la campaña, con exclusiones discutibles y discutidas, como las de Julio Guzmán y César Acuña. Perdieron por apenas 40,000 votos.
De allí, en adelante, a partir de una pataleta constante, la señora Fujimori buscó obstaculizar al gobierno de quien la venció. Y hubo tres ejes de actuación que quedaron claros: la toma de la educación peruana para salvar a universidades de dudosa reputación y consagrar la educación al conservadurismo más duro, el aprovechamiento de las investigaciones del caso Lava Jato para dejar a sus rivales antifujimoristas como más corruptos que su padre y, finalmente, obstaculizar cualquier acción de gobierno. A ese carro se subió esta coalición, que ya desde el 2017 pretendía que Flores Araoz fuera presidente del Consejo de Ministros. Pero, en el camino, las torpezas con las que se condujeron, las discrepancias sobre qué hacer con un Alberto Fujimori en libertad y, finalmente, las revelaciones que llevaron a Keiko Fujimori a ocupar temporalmente una celda en Chorrillos reventaron ese plan.
Lograron que PPK renuncie y que Martín Vizcarra ocupara su lugar. Sin embargo, no pensaron que un astuto político moqueguano les diera un primer jaque. Acostumbrado a cuidarse las espaldas de su segundo, como cualquier gobernador regional, Vizcarra les libró una guerra en la que fue capaz de arrinconarlos con iniciativas de reforma, presentar audacias como un adelanto de elecciones y, finalmente, disolverlos constitucionalmente cuando querían asaltar el Tribunal Constitucional.
Pero Vizcarra cometió varios errores: no quiso tener una bancada en el Congreso o, al menos, aliados. Se fió demasiado de un entorno muy cercano, que tenía sus propios demonios adentro. Su gestión del día a día no fue precisamente prolija. Y tenía rondando los fantasmas de su paso como gobernador en Moquegua. Cuando perdió el entorno en medio del caso Swing, se quedó solo, sin reflejos. El resto de la historia es conocida.
Cuando el usurpador Merino asumió el mando, esta coalición apareció repartiéndose el botín y mostrando su rostro. Cartas notariales a la SUNEDU con sabor a amenaza. Reparto de puestos ministeriales en programas conservadores vía Facebook. Un gabinete que tranquilamente hubiera podido ser el equipo de gobierno de Jorge Videla. Intentos fallidos de utilizar a las Fuerzas Armadas para reprimir al pueblo movilizado en defensa de su democracia. Dos muertos, secuestro de personas, decenas de heridos. Promulgación de una norma que perfora parcialmente las finanzas fiscales. Y no hicieron más porque la digna y valiente reacción popular hizo que la proto dictadura terminara en apenas 5 días.
En esta última campaña electoral, ya hemos visto su accionar. Fake news, medios convertidos en meros vehículos de propaganda, envenenamiento de las relaciones sociales entre los peruanos, búsqueda de desprestigio del sistema electoral, audios sin contrastar, contenido de llamadas sin confirmar, denuncias sin verificar. Claramente, están buscando instalar una narrativa de desestabilización del sistema democrático, en nombre del orden, desnaturalizando palabras como democracia y libertad. Es momento que los sectores más sanos del conservadurismo peruano deslinden de estas prácticas y finalmente, opten por un contraste de ideas y posiciones, bajo el respeto de la Constitución y la pluralidad.