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sábado, abril 26, 2025

Así nos sentimos todos

Se había dicho, en múltiples ocasiones, que dada la tensión y polarización que veníamos viviendo alrededor de las elecciones no iba a haber una “luna de miel” para el gobierno del Presidente Castillo.

Con todos los ojos y las cámaras apuntando al mínimo error, y un Congreso con parlamentarios que, incluso antes de instalarse, ya llamaban a golpes y vacancias, parecía claro que para garantizar algún nivel de gobernabilidad inicial el ejecutivo de Perú Libre necesitaba jugar muy bien sus cartas, en un frágil equilibrio entre la moderación y el cumplimiento de las expectativas de sus votantes.

Para ello, la elección del gabinete era fundamental. Una pieza que podría dar signos de representatividad y al mismo tiempo fortalecer la capacidad de gestión, que había sido una de las mayores críticas a Castillo durante la campaña.

La elección de este gabinete, sin embargo, cayó como el baldazo de agua más helado que nos podíamos esperar. Un Presidente del Consejo de Ministros investigado nada menos que por apología al terrorismo, sin experiencia y, como descubriríamos horas después, con un largo historial de expresiones machistas y homofóbicas. Parecía casi una provocación, un flanco abierto tan injustificablemente que se empezaron a imaginar conspiraciones de alto vuelo.

Pocas horas después vimos juramentar a 13 ministros y 2 ministras de un gabinete que ese día quedó incompleto. Solo dos mujeres, el número más bajo de ministras desde el final del gobierno de Toledo en 2006, hace 15 años.

Desde entonces hemos oído a algunos llamar a no dar la confianza al gabinete y a otros a darla (para que “asuman su voto”) y censurar ministros al por mayor. Incluso se perfilaron argumentos para la vacancia del Presidente con base en sus primeras 48 horas de gobierno.

Un gobierno que necesita aglutinar respaldos parlamentarios para cumplir con muchos de sus objetivos optó, no solo por mostrar su lado más confrontacional a la oposición de derecha, sino por distanciarse también del centro y forzar a la izquierda más democrática a aceptar el radicalismo de Perú Libre. Ese al que Castillo no parecía adscribirse pero que resultó siendo que sí.

Creo que el origen de este posicionamiento en las decisiones de Castillo es por un lado verdaderamente de identidad ideológica, que sus convicciones se acercan más al llamado “cerronismo” de lo que nos quisieron dejar ver en campaña.

Pero por otro lado, debemos recordar el origen sindical de la formación política del Presidente Castillo, y en ese origen, las dinámicas de la negociación están presentes permanentemente. ¿Cómo se negocia un aumento salarial o un pliego de reclamos? Pides máximos, te pones firme, realizas una huelga, muestras tu capacidad de movilización. Tu poder. ¿Por qué? Porque sabes bien que del otro lado de la mesa, el empleador, la patronal, tu oponente, dirá que no hay recursos, que no se puede, que el tiempo viene malo, que te puede despedir.

Es a partir de allí que se irá midiendo el real acuerdo final de la negociación. Cuánto logres conseguir finalmente dependerá del poder mostrado al inicio.

A tan solo 10 días de inaugurada la gestión presidencial hemos visto ya los primeros posicionamientos del partido de gobierno – con no pocos errores – pero el silencio desde el parlamento y la oposición parecen anunciar que la respuesta será fuerte también. Los acuerdos de la negociación, si se dan, no se darán en calma sino en medio de golpes, tensiones y penalizaciones.

El asunto sigue siendo que en medio de estos movimientos de ambos lados, nos encontramos la gran mayoría de ciudadanas y ciudadanos, angustiados por la garantía de los servicios públicos (precarios desde su origen y golpeados por la pandemia), agotados mentalmente y azuzados por la oposición y por lideres de opinión que hasta hace unos días gritaban fraude y hoy gritan vacancia. Como si cambiar de presidencia fuera un detalle y no un “arma nuclear”.

El asunto es pues que seguimos conviviendo pero que lo hacemos en estado de desconcierto e inquietud permanente. Tal es este estado que la propia vicepresidenta se niega a renunciar a su puesto en una oficina pública porque “en cualquier momento podría dejar el cargo”. Así nos sentimos todos, señora Boluarte. Así nos sentimos.

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