“¿Quiénes somos nosotros para decir que no es democrático? Si ellos han determinado un sistema de Gobierno en autonomía con gobernantes y han dicho este es nuestro sistema democrático, hay que respetar”. Estas fueron las palabras del primer ministro peruano Guido Bellido al ser consultado sobre el gobierno de Cuba en una reciente entrevista para el diario El País. Más adelante en la entrevista, señaló que el mismo razonamiento se aplica también a Venezuela y a todos los países del mundo. Parece ser que, para él, el respeto está estrechamente vinculado a un preocupante relativismo o a una absoluta valoración de la no intervención.
Hasta el momento de escribirse este artículo, el Ministerio de Relaciones Exteriores no ha confirmado de manera oficial la salida del Perú del Grupo de Lima, una iniciativa conformada por catorce países americanos cuyo rol principal consiste en promover una transición pacífica hacia la democracia en Venezuela. Sin embargo, algunos medios de comunicación como la cadena venezolana Telesur y el diario cubano Granma han difundido esta información y se ha generado polémica entre partidarios y detractores de dicha medida. A partir de lo señalado por el canciller Héctor Béjar en su discurso inaugural, se entiende que el nuevo gobierno adoptaría una política favorable al diálogo y contraria a la imposición de sanciones. En ese sentido, en el caso de retirarse del Grupo de Lima, probablemente coordinaría con el Grupo de Contacto Internacional liderado por la Unión Europea para abordar la crisis de Venezuela. Desafortunadamente no se conocen más detalles provenientes de fuentes oficiales.
En este contexto, la opinión expresada por el primer ministro Bellido genera mucha preocupación. A mi juicio, sería perfectamente válido cambiar de estrategia, sobre todo teniendo en cuenta que el Grupo de Lima no ha presentado resultados muy favorables hasta la fecha. Pero no debería ser igualmente aceptable abandonar el objetivo de contribuir a la democratización de Venezuela. Una postura dialogante no tiene por qué ser relativista. La negociación es compatible con la firme defensa de los valores en los que creemos. Si, por el contrario, pensamos que todo gobierno es legítimo y respetable solo porque fue elegido -aún en condiciones de extrema desventaja para la oposición- o porque aún cuenta con respaldo, podríamos estar contribuyendo peligrosamente con la continuidad de un nefasto autoritarismo.
Pero ¿de dónde proviene esta idea de que todo gobierno es respetable si “el pueblo” lo apoya? Este ya no es un problema de política exterior. Es, a mi entender, un problema ideológico muy grave que aqueja al partido de gobierno. En este punto, vale la pena releer un artículo que escribí junto a mi colega Adrián Risco Chang aproximadamente un mes antes de la segunda vuelta electoral. En ese entonces afirmamos que una victoria de Perú Libre generaría la necesidad de trabajar en la defensa de nuestra individualidad y nuestra democracia. Hoy, luego de todo lo ocurrido, me remito de nuevo a este artículo porque me ratifico en las advertencias que planteamos y enfatizo la urgente necesidad de rescatar la individualidad.
El partido de gobierno está mostrando una tendencia preocupante hacia el populismo y la exaltación de las identidades colectivas. En la misma entrevista citada al principio de este artículo, el primer ministro Bellido señaló que su partido está “en el corazón del pueblo” y que con su victoria no solo se fortalece la izquierda latinoamericana, o la izquierda a nivel global, sino la humanidad. En otra entrevista, esta vez para la revista Ideele, continuó haciendo énfasis en los mecanismos de democracia directa para el cambio constitucional y citó, sin justificarlo, el dato de que “más del 50% de la población” desea una nueva constitución. En base a este supuesto dato, argumentó en favor de un cambio constitucional que no requiera una modificación previa del artículo 206. En otras palabras, un requisito establecido por la constitución no sería necesario en vista del supuesto deseo de la mayoría de la población. Asimismo, algunas identidades colectivas como la identidad andina o la de la clase trabajadora han sido exaltadas al punto de restar importancia a los cuestionamientos planteados en contra del improvisado gabinete aduciendo que solo se trata de ofensas racistas o clasistas.
Es siguiendo este camino que puede justificarse la legitimidad de un gobierno en base a la supuesta representación de los deseos de un “pueblo” idealizado. Frente a ello, pienso que no conviene oponerse a través de la exaltación de una identidad contraria. La defensa intransigente de la pertenencia al Grupo de Lima o las manifestaciones públicas en las que se exponen símbolos anticomunistas o identitarios como la Cruz de Borgoña no constituyen, en mi opinión, una oposición constructiva. Por el contrario, no vendría mal recordar que el fin último son las personas, no los partidos, los grupos sociales o los gobiernos. Y las personas tienden a desarrollar su potencial de una mejor manera cuando viven en regímenes democráticos.