El mes pasado, Pfizer emitió un comunicado acerca de la necesidad de terceras dosis de inmunización no sólo para la gente inmunocomprometida, sino también como un booster general para la población estadounidense; una población vacunada en más del 60%, en un país donde las minorías no acceden a las vacunas porque existen barreras estructurales y físicas que les impiden ponérselas, y en donde el rechazo a la vacunación ronda el 45 % entre los simpatizantes del partido Republicano. Paradójicamente, es en ese país en donde se comienza a promover una innecesaria tercera dosis.
Al día siguiente de la aprobación de la dosis adicional para personas inmunocomprometidas por la FDA (Agencia Federal de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos), sostuvimos junto al doctor Sebastián Carrasco Pro y a Chise -identidad digital de una de las expertas involucradas en el desarrollo de la vacuna de Moderna- una amena conversación acerca de las vacunas; cuando ambos le preguntamos acerca de este asunto, sus palabras fueron:
“No estoy en desacuerdo en darle un booster a las personas que lo necesiten, como las personas inmunocomprometidas, pero ¿para otras personas?
Sinceramente deben estar bromeando.”
No perdamos de vista el contexto general: un gran número de países de bajo ingreso no han alcanzado a vacunar siquiera al 1% de su población; y en el otro lado de la moneda, algunos países de alto ingreso ya han inmunizado a casi el 70% de su población. ¿Puede haber mayor inequidad, mayor injusticia?
No hay suficiente evidencia que justifique la aplicación de una tercera dosis en personas que no están inmunocomprometidas. Al contrario, numerosos estudios demuestran claramente dos cosas: 1) La inmunidad no sólo está constituida por anticuerpos, y 2) El sistema de inmunidad humoral se constituye robustamente después de dos dosis.
Entonces, para explicar un poco más: generalmente las enfermedades nos atacan, el sistema inmune responde, memoriza y se apaga, no está siempre alerta en una batalla sin fin. El sistema inmune se enciende y se apaga según lo necesitamos; si estamos expuestos a cualquier patógeno, las células CD4, CD8, B y T harán su trabajo: identificarán, recordarán y atacarán. Así sucede con todas las enfermedades.
En esta línea lógica, en vez de procurar e insistir en almacenar vacunas para procurar una tercera dosis, lo que causará una mayor inequidad en el reparto de las vacunas, los países que las tienen -ya próximas a vencer-, deben comenzar a repartirlas a los que todavía no tienen ni una sola, y cuyo personal de primera línea aún sigue desprotegido.
Si hablamos en tono científico, el inmunizar a la misma población una y otra vez, no logramos que esa población esté más protegida, porque aunque haya cincuenta mil boosters más, la efectividad será la misma, jamás se llegará al 100%: más bien, la presión evolutiva del virus será cada vez mayor, pues continuará moviéndose libremente entre los no vacunados; las variantes surgirán sin control y la población inmunizada podrá correr el riesgo de que su protección disminuya ante la aparición de variantes que escapen de repente a esa inmunidad.
Y aquí anoto: puede interpretarse este mensaje negativamente, asumiendo que ninguna vacuna es 100% efectiva, y debo decir: así funcionan TODAS las vacunas, aún las más comunes, como las del sarampión o la poliomielitis. Ninguna de estas tiene una efectividad del 100%; pero no vemos casos abundantes de polio o sarampión, porque la cobertura de vacunación es alta y a veces sobrepasa el 80 o 90% en todo el planeta. Sin embargo, nadie, absolutamente nadie ha puesto en duda que esas vacunas cumplan su función.
Es frustrante que en muchos momentos durante esta pandemia se ponga en duda una verdad tan universal como la ley de la gravedad: las vacunas son y serán LO ÚNICO que nos ayude a sobrevivir como especie; no hay arma más efectiva y poderosa, aunque algunos pocos piensen lo contrario.