Lo que ha ocurrido esta semana sobre discriminación, acoso, o el derecho al aborto legal me da la oportunidad de enfocarme en un tema sumamente importante y que se ha puesto en juego desde hace ya unos años en círculos académicos y sociales: las limitaciones las mujeres tenemos en todas las áreas simplemente por serlo.
Permítanme comenzar con algo interesante desde el punto de vista epidemiológico y científico.
Hasta el año 1993, las mujeres estábamos excluidas de los ensayos completamente aleatorizados de cualquier tipo de medicamento o droga; sin opción a decisión fuimos excluidas desde el año 1977, por los problemas o afecciones que podrían producirse si en el momento de participar en estos ensayos existiese la posibilidad de embarazarnos, por la afectación subsecuente que aquellos pudieran tener sobre el feto. Como siempre, fuimos reducidas a un simple contenedor de la salud fetal, y excluidas de poder decidir por nosotras mismas acerca de nuestra participación, algo extremadamente común para nosotras las mujeres: estamos acostumbradas a que nos consideren incapaces de tomar decisiones que por otro lado deberían pertenecernos solo a nosotras, como si no tuviéramos capacidad de raciocinio para hacerlas. Sin embargo, aunque desde 1993 esto cambió, aumentando nuestra representación en estos ensayos, los resultados en la mayoría de ellos no se interpretan desagregadamente, y no se toma en cuenta este tipo de estratificación.
En este contexto, a inicios de año un metaanálisis publicado en Nature Communications, demostró que en los estudios aleatorizados inscritos en ClinicalTrial.gov , desde el comienzo de la pandemia hasta enero del 2021, para la investigación de drogas o vacunas contra el COVID-19, el sexo y el género como estrato habían sido desestimados: sólo el 4% de ellos los tomaron en cuenta como parte del análisis; esto hace que exista un vacío en los resultados y posteriormente una mayor incidencia de resultados desconocidos cuando estos medicamentos o productos sean usados por la población general. Se ha demostrado también en otros estudios que las mujeres y las minorías nos vemos afectados diferencialmente en el contexto COVID-19 a nivel biológico, y no solo por el factor del sexo, sino también por el concepto de género como un conjunto de normas y constructos culturales, sociales y psicológicos que tienen un efecto sobre los outcomes, como el acceso a tratamiento farmacológico, pruebas y diagnósticos; a esto se suman los efectos de los determinantes sociales que afectan en mayor proporción a las mujeres en países de bajo y mediano ingreso.
Otro dato importante es el revisado en un reciente artículo de The Washington Post, en el que se analizó data desagregada de más de 55 países, acerca del retroceso que ha sufrido la mujer en el sistema laboral; allí se observa que aproximadamente 54 millones de mujeres alrededor del mundo han perdido sus empleos, creando una brecha de género que tal vez retrase nuestros logros en este campo casi 20 años. Comparativamente hablando, casi el 90% de las mujeres ha perdido por completo su trabajo, ante el 70 % de varones en la misma situación; la pandemia ha desencadenado numerosos efectos secundarios, como el aumento de carga de trabajo no remunerado sobre las mujeres, sobre todo en hogares donde hay menores y adultos mayores que requieren cuidado. Por ejemplo, en el Perú -uno de los países con las mayores caídas del empleo durante la pandemia- casi el 55% de la población femenina ha perdido su trabajo, según el INEI.
Considero que estos datos en la coyuntura actual son importantísimos: a través de los años nos hemos visto impactadas por reglas, normas y convenciones sociales establecidas en un sistema construido principalmente por hombres y para hombres, en el que se nos ha relegado a la función procreadora y de cuidado, y somos consideradas ciudadanas incapaces, débiles o necesitadas de protección desde un punto de vista paternalista, que nos impide el acceso a la posición de ser humano autónomo en el mismo nivel del hombre.
La pandemia ha demostrado que a pesar de que el virus afecta biológicamente más al sexo masculino, en otros campos sociales, culturales, educativos y de salud pública, las mujeres lo hemos sufrido mucho más. Nuestra desprotección estructural ha dado como resultado un retroceso difícil de superar.
Así, es oportuno hacer una declaración de apoyo a todas las mujeres que como yo han sido menospreciadas, discriminadas, atacadas, acosadas, violadas y vejadas, relegadas y abusadas, solo por nuestra condición de mujeres; la misoginia omnipresente debe terminar, pero sobre todo debemos construir un mundo mejor para nuestras hijas e hijos, educándolos para construir una infancia más respetuosa y consciente de que todos somos personas, que debemos ser respetados como tales, por ser seres humanos y no por nuestro género o sexo.