Era el verano de 1982. Había llegado a Huamanga, Ayacucho, como profesor visitante de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Tenía 23 años y hacía un par de años había ingresado a trabajar al Banco Central de Reserva luego de cursar el Curso de Extensión Universitaria del Banco, más conocido como el curso de verano.
El Banco, bajo la presidencia de Richard Webb había celebrado convenios con las universidades públicas de todo el país para elevar el nivel académico de los estudiantes de economía de las provincias de todo el país que si bien año a año llegaban a Lima al curso de verano les costaba demasiado adaptarse al ritmo de estudio del más que exigente curso. Varios compañeros de trabajo viajaban entusiasmados a Cusco, Arequipa, Trujillo, Chiclayo, Piura y Tacna, pero cuando tocó Ayacucho, no había candidatos al viaje. Yo, que ya tenía dos años en el Banco estaba postulando a una beca dentro de la institución para realizar mi maestría en el exterior y había decidido hacerlo en Londres, Inglaterra, en The London School of Economics and Political Science (LSE). Como no había candidatos, mi colega Ladislao Brachowicz, economista, me animó a partir a Ayacucho.
Llegando a Huamanga nos instalamos en el Hostal Santa Rosa a una cuadra de la Plaza de Armas. Semanas después nos mudamos a La Casona, cerca también a la Plaza. La ciudad que otrora había sido una urbe universitaria, pues allí llegaban estudiantes de Ica, Huancavelica, Apurímac, entre otras, mantenía un romanticismo juvenil. En la universidad tuve a mi cargo los cursos de Macroeconomía y también Planificación, un curso que no se brinda en la curricula de las universidades limeñas. Allí tuve como alumnos a Waldo Mendoza, décadas después ministro de economía, Zenón Quispe, hoy funcionario de carrera del BCRP y experto en política monetaria.
En Huamanga no solo tuve la oportunidad de ser profesor. Allí pude aprovechar el laboratorio del Centro de Idiomas de la Universidad para tomar clases de inglés en caso fuera admitido a la maestría. El laboratorio era dirigido por un profesor escocés.
Al promediar el ciclo, el 2 de marzo de 1982, alrededor de las 10 de la noche, cuando llegábamos con Ladislao al Hostal La Casona, luego de comprar nuestra cena, escuchamos ruidos estruendosos que provenían de los cerros y eran el eco de bombas y balas que por doquier iban y venían en el Cuartel de Cabitos y en la cárcel de la ciudad. Era el asalto a la cárcel de Ayacucho. Un grupo de terroristas senderistas habían atacado a la cárcel para liberar a presos senderistas. Abimael Guzmán había planeado el ataque a Ayacucho y principalmente al cuartel y a la cárcel. Luego vino el apagón de la ciudad y el ataque a diferentes puntos de la ciudad. Fueron liberados más de 70 presos, entre ellos la terrorista Edith Lagos.
A la mañana siguiente la ciudad estaba regada de cuerpos inertes. Cuando llegamos a la Plaza de Armas en los operativos policiales se detenía a cualquiera que pareciera sospechoso. Bastaba que tuvieras barba para que inmediatamente te obligaran a levantar los brazos y ponerte contra la pared. Nuestros fotochecks del Banco Central nos sirvieron prácticamente de salvoconductos para abandonar la ciudad. La Universidad canceló todas sus actividades.
Llegando a Lima, la capital estaba conmovida, no solo por el ataque terrorista sino por la respuesta policial. Llegando al Banco nos enteramos que tres senderistas habían sido ajusticiados en el hospital en la madrugada del 3 de marzo como represalia al ataque, uno de ellos familiar de una secretaria del Banco.
Meses después, en setiembre de 1982, partía a Londres, al LSE a realizar mi maestría en economía.
Diez años después, el 12 de setiembre de 1992, Abimael Guzmán fue capturado. Ese día el Perú celebró jubiloso la captura del responsable de miles de muertes. Fue condenado a cadena perpetua.
Veinte nueve años después el terrorista Abimael Guzmán ha muerto, un día antes de cumplir veinte nueve años en la cárcel.
Luis Alberto Arias en esta sencilla más poderosa crónica, además de atestiguar la insania que desató Abimael Guzmán, también muestra que no es cierto que la exclusión no ha mejorado en cientos de años como dice los radicales del presente gobierno.