Esta semana alcanzamos como país una meta que, hace un año y medio, muchos pensábamos no se cumpliría hasta mucho más tarde; y en todo el mundo, excepto en África, el avance de la vacunación es sorprendente: los casos están en una meseta larga y en algunos lugares el retroceso es inminente.
¿Podríamos decir que es el final de la peor parte?
Tal vez, no lo sabemos con certeza
Pero sí que sabemos lo siguiente: las vacunas sirven; su efectividad es mayor que la esperada; y no solo evitan hospitalización y muerte, sino también infección.
¿Cómo podemos saber esto? Por las diferentes pruebas de la data mundial. Es cierto: la inmunidad de anticuerpos neutralizantes baja, pero eso no indica que la efectividad cae; lo que indica es que el sistema inmune actúa como debe actuar. Ni más ni menos.
Nuestra inmunidad «selecciona» a los mejores luchadores en contra del virus, y los retrae hacia un lugar seguro, hasta que pueda necesitársele después.
Todo como lo previsto, nada fuera de lo esperado.
Sin embargo, ¿qué medidas deberían ser tomadas en cuenta para esta nueva realidad de alto porcentaje de vacunación? ¿Debemos seguir pensando que la estrategia zerocovid es real? ¿O podemos traspasar el muro del miedo y comenzar a vivir y decidir al respecto? Esto último no solo implica un compromiso de las autoridades para crear nuevas normativas, apoyadas en la evidencia -que viene obteniéndose desde el inicio de este año- sobre el pequeño o casi nulo papel de algunas medidas, como la toma de temperatura, los pediluvios, el impregnado de alcohol en la ropa o los escudos faciales, así como también el uso de mascarillas en niños menores o en espacios abiertos, o al hacer deporte.
Todas estas menciones hacen referencia a medidas obsoletas que sabemos que tienen un efecto casi nulo en la transmisión del virus y la dinámica de la pandemia.
Entonces ¿qué es lo que debemos esperar: esta nueva vida o retomar la antigua? Muchos de nosotros pensamos que debe haber cambios estructurales: no solo el COVID19 es una enfermedad infecciosa que se transmite por el aire (sí, eso significa airborne, no que se crea en el aire); junto a esta existen otras más, como la tuberculosis o la influenza, las que pueden y deben ser enfrentadas con estos cambios estructurales.
Me refiero a la modificación física de edificios enteros -como escuelas y centros de trabajo- y a implementar un plan unificador que implemente sistemas de ventilación no solo en edificios y estructuras públicas, sino en servicios de movilidad, y que incluya un plan de medidas comunicacionales para un cambio radical de paradigma. Esto, como todos sabemos, es fácil decirlo, pero muy difícil hacerlo e implementarlo, porque necesita más que a la ciencia detrás: necesita voluntad política y social.
¿Qué debemos pedir entonces? ¿Un regreso a la normalidad anterior, o una nueva normalidad llena de aprendizajes y decisiones inteligentes y no desesperadas? Esa nueva normalidad debe estar llena de voluntad de trabajar para implementar medidas coherentes, que ayuden a las personas a una transición saludable de un estado de emergencia a un estado de convivencia con el virus. Las primeras medidas deben comenzar a implementarse en lugares con altos índices de vacunación: permitir a las personas caminar al aire libre sin mascarillas, y tener la posibilidad de elegir y decidir en que momento ponérsela, haciéndola obligatoria en espacios cerrados y con gran concentración de personas, pero a la vez implementado medidas reales que permitan a todos alcanzar una tranquilidad más o menos estable.
Hay que involucrar al Estado en la implementación de sistemas de vigilancia, no para mantener un plan zerocovid, pero sí para vigilar el progreso de la enfermedad, que estamos seguros se convertirá en endémica; mientras eso sucede, el éxito en la cobertura de vacunación protegerá a las personas que no puedan vacunarse, entre las que debemos incluir a los niños menores.
Creo firmemente que como en otros países con altos niveles de vacunación las medidas e indicadores deben cambiar ahora, de personas infectadas a hospitalizaciones y muertes, que es lo que reflejará el estado de la pandemia y la efectividad de las vacunas. Esto debe ser implementado con premura, como base para un incentivo social y real para la vacunación; mientras podamos demostrar que los casos que llegan a hospitalización y muerte son en su mayoría de personas no vacunadas, se logrará que muchas personas entiendan que su única protección es la vacunación. Así lograremos el objetivo de inmunizar al 85% de la población.
Creo que ese es el objetivo primordial ahora: unificar criterios, analizar evidencia, tomar en cuenta las necesidades de muchos grupos, observar el riesgo/beneficio; evaluar más allá de nuestros miedos e intereses, y hacerlo no con urgencia, sino con inteligencia. Comencemos enviando mensajes coherentes para que las personas retomen sus vidas, poco a poco; sí, con responsabilidad, pero también con la confianza en que las vacunas harán lo que tienen que hacer y han hecho durante casi doscientos años: mantenernos vivos y a salvo.