Al terminar de leer “Otras Caricias”, de Alonso Cueto, surgen varias inquietudes. Se trata de una novela corta, pero lo suficientemente sustantiva como para que no resulte fácil definir su exacto mensaje. La música puede ser, y el vals criollo en particular, pero hay otros elementos que extienden ese alcance. La figura del río, que se usa en la narración, es ilustrativa en ese sentido: un caudal de múltiples sentimientos que van fluyendo por su propio cauce, como las aguas.
Con un personaje central, Albino Reyes, profesor de literatura en un colegio público y admirador de la música; con un lugar, que es una peña criolla ubicada en un rincón de la ciudad; y con una joven, Andrea Wunder, que se acomoda al ambiente bohemio y a las canciones, Alonso Cueto hilvana una historia de intensos afectos.
Albino disfruta su gusto por la literatura y la enseñanza a sus alumnos. Lo hace en la soledad obligada que le ha deparado la vida por la muerte de Gladys, su mujer. Goza leyendo y trasmitiendo sus conocimientos. Se siente un hombre feliz, a pesar del duelo por la partida de su esposa y la permanente nostalgia que le produce su reiterado recuerdo. Pero cantar en la peña criolla junto a sus amigos, los músicos, hace más intensa su vitalidad. Albino tiene 60 años cronológicos, pero no tiene edad para sentir la vida. Todas las limitaciones materiales (vive modestamente en un barrio mesocrático y se moviliza en transporte público), están ampliamente compensadas por su devoción por los libros, su trabajo docente y su afición por la música.
Andrea Wunder es una muchacha de familia conservadora y acomodada, quien de repente descubre su gusto por la música, por la voz y las canciones de Albino, y por la peña criolla, su ambiente y sus sonidos.
Alonso Cueto ha tenido la virtud de entregarnos con su prosa precisa y acotada, varias reflexiones que, no por ser recurrentes en la literatura, dejan de seguir conmoviéndonos.
En efecto, con párrafos cortos y haciendo algunas evocaciones musicales, Cueto nos introduce en las profundidades de la ternura y la belleza, la soledad y el dolor, la tristeza y la admiración; siempre utilizando palabras de mucha discreción y ningún exabrupto. Una muestra del recuerdo musical es cuando Albino canta el vals “Destino sin amor” de Mario Cavagnaro, al cual, cada vez que lo interpreta, le cambia la letra de “hallaré otras delicias” por “otras caricias”; dándole título a la historia, además.
Hay un momento que merece destacarse. Se trata de la desinhibida invitación que Andrea le hace a Albino para que la acompañe en una fiesta un sábado en su casa, ubicada en la exclusiva zona del bosque del Olivar, en San Isidro.
Albino, vestido de terno impecable, se siente inmediatamente desubicado en la fiesta. No conoce a nadie. Y como suele ocurrir en estos eventos, nunca falta un desadaptado que con algunas copas de más genera un desagradable incidente. Un amigo de Andrea que estuvo en algún momento en la peña criolla, identifica a Albino y le exige, destemplado, que cante algo. Hay forcejeos, gritos exagerados, algunos golpes y caídas al suelo, y la cosa acaba mal, como era previsible. La descripción de Cueto es elocuente: sin decirlo explícitamente, con solamente relatar los hechos, los diálogos que se producen y el ambiente que los envuelve, se traslucen los arraigados sentimientos de discriminación de una sociedad clasista como la nuestra. En síntesis, relata la falacia de la superioridad de quienes han decidido creerse que valen más. Albino terminó disculpándose para salir de la casa, sin perder en ningún momento su dignidad. Un fenómeno retratado en toda su dimensión, que sigue repitiéndose en el país de nuestros días.
“Otras caricias” de Alonso Cueto, se lee muy bien y se disfruta aún más. Y el gozo, no solo es literario, es humano: hay sentimiento a raudales.