Escribo esta columna luego de ver “No mires arriba” (Don’t look up) la película en boga de Netflix sobre la cual se ha hecho muchos paralelos con nuestra realidad de negacionismo, fakes y más. La trama es sencilla: los dueños del poder político y económico no quieren que la gente se entere de que un cometa se acerca con la amenaza de extinguir el planeta.
Negarse a mirar la realidad es un virus que convive entre nosotros y se manifiesta de diversas maneras. Mucho de lo vivido el 2021 no es sino una expresión de la dificultad para mirar bien, para mirar en todos lados, para mirar de otra manera.
Hay quienes se resisten a reconocer los múltiples y graves efectos del coronavirus y se niegan a la vacunación, se rebelan ante la distancia física, se quitan la mascarilla cuando deben tenerla puesta o insisten en abrir negocios, pero no escuelas.
La crisis de representación política también es endémica en el Perú. Los principales líderes del extremismo han pretendido en gran medida –la medida que le falta a sus anteojos- hacer del proceso electoral y post electoral una confrontación entre procomunistas y anticomunistas, cuando lo que necesitamos es recuperar la esperanza de que dejaremos de llorar la muerte de nuestros familiares, amigos y vecinos sin verles al rostro en el último suspiro de sus vidas.
Al final del 2021, de la implantación del comunismo en el Perú hemos visto nada, como nada hemos visto del compromiso por la estabilidad y muy poco de la defensa de los derechos y libertades ciudadanas. Mientras la confrontación continúa por la estrechez de miradas, el Perú sigue en piloto automático, con una economía que respira, pero no sopla, y un ejercicio del poder desde el ejecutivo y el legislativo que desalienta.
Mi infancia y adolescencia la viví pegada al campo –en realidad, entre el campo y la ciudad- y fui testigo de cómo a los caballos y a los asnos se les ponía anteojeras para que no se distraigan en el camino y sigan recto, siempre recto por una senda trazada quien sabe por quién. Pero las personas no somos como esos nobles animales de cabalgata o de carga; nacimos libres y estamos hechos para la libertad. Por eso me resisto a que me obliguen a mirar en una sola dirección, mucho menos en la que otro u otros han decidido sin considerar mis capacidades –nuestras capacidades- para mirar hacia arriba y hacia abajo, a lo amplio y a lo lejos.
No encuentro en la mayoría de actuales grupos parlamentarios diferencias cualitativas con los de los congresos anteriores. Es como si siguieran por la misma pendiente que conduce a la desconfianza ciudadana.
Tampoco noto cambios sustanciales en el gobierno. Valoro la significación de tener un presidente que proviene de la escuela rural –como mi querida tía Magda- y el desafío que ello representa para la clase política tradicional. ¡Pero no me basta! El profesor se volvió presidente de la República, jefe de Estado y mandatario de la Nación, pero sus decisiones e indecisiones revelan las anteojeras que lleva puestas, al igual que sus oponentes.
Aspiro a un futuro próximo en que miremos al horizonte con amplitud y libertad, aspiro a una sociedad libre en sus opciones e identidades y siempre innovadora, sin anteojeras ni estrechez de miras. Ansío el cambio construido por todos y todas, sin temores ni ataduras. Ansío –como en el poema de Edna Frigato- a la persona que llega “con suavidad y gentileza, hablando el idioma de la paz para no asustar a nuestra alma”.