La guerra interna en el MINSA desde el nombramiento de Hernán Condori como ministro de Salud ha escalado a circunstancias preocupantes. El viernes 25 se sumó a las numerosas renuncias de viceministros y equipos la de Gabriela Jiménez, hasta ese día directora de inmunizaciones del ministerio, que trabajaba en el proceso de vacunación desde hace más de un año.
Como salubrista y epidemióloga veo con preocupación la situación, porque debido a ésta y otras circunstancias presentes las medidas de salud pública que se pudieran implementar, acertadas o no, solo serán desestimadas o aplaudidas dependiendo del bando que lo haga, y no por su beneficio real para la población.
Si bien lo que está sucediendo es penoso, sabemos también que el ministerio no es ni ha sido un lugar saludable en el último tiempo. Por dentro, las mafias lo han copado en muchos lugares, y los anuncios sobre personas que malogran equipos y nunca los reparan, o acerca de médicos que no cumplen a cabalidad sus servicios y que captan pacientes y los envían a sus prácticas privadas, generalmente cerca de un hospital del MINSA, no son noticias nuevas.
Creo que una gran parte de la población es consciente de que el Ministerio de Salud es un lugar donde no existen mayores certezas para el ciudadano: puedes tener suerte si caes enfermo y sin conocer a nadie conseguir atención, cama o hasta una operación por la cual no pagues millones o demore seis meses de programación. Ojo, si es que tienes suerte. Sin embargo, la mayoría de la población económicamente activa, formales e informales con algún ingreso económico, evitan el sistema nacional y se atienden en prácticas privadas de menor o mayor categoría, no solo por la rapidez del servicio, sino -en muchos casos- a la imposibilidad de conseguir una buena atención en el Estado.
Aun los afiliados a la seguridad social preferimos ir a estas prácticas privadas en las que no perdemos nuestro tiempo y pagamos un precio, en algunos casos, justo por un servicio más o menos bueno; y eso no nos hace perder el derecho a exigir una buena salud pública. ¿Por qué, entonces, no somos capaces de decir las verdades en voz alta? ¿Por qué el Colegio Médico emite un comunicado negando la realidad que hace décadas conocemos y sufrimos muchos? En algún momento tuve que hacer una cola a las dos de la mañana para conseguir una cita en un consultorio de un hospital nacional, donde además tienes que esperar por horas a que el doctor termine sus otras obligaciones para atender 12 pacientes y ninguno más. Si bien muchos como yo tenemos la suerte de escalar profesionalmente en la vida, muchos no la tienen, y deben seguir atendiéndose en el lugar que tengan cerca.
Y entonces, ¿cuál es la solución? No podemos negar, a estas alturas, que los compadrazgos son reales en todos los gobiernos regionales y en el gobierno central; o que este tipo de maniobras convierten a los estamentos del Estado en agencias de empleo para partidarios y amigos cada vez que un gobierno cambia; o que los funcionarios públicos se reciclan y generan un sistema endogámico.
Por favor, no intentemos ocultar esa verdad tan solo porque el contrario no es de mi catadura política ni de mi ideología partidaria.
Lo que han hecho todos los gobiernos durante mucho tiempo, sean locales, regionales o nacionales, lo que hace el gobierno liderado por Perú Libre en este momento, no es una práctica nueva; es de las más antiguas, y sin embargo es una práctica execrable. En momentos como este los conflictos internos permiten que se abran puertas que se mantuvieron cerradas, y se vea la basura que se escondió bajo la alfombra; siento que es un fenómeno saludable, que no debería quedar como algo vacío y sin consecuencias, o que solo sucede cuando los problemas se hacen incontrolables.
Debe haber modificaciones, limpiezas y auditorías llevadas a cabo con la mayor transparencia e imparcialidad, algo que he dicho mil veces en círculos internos; si en algún momento pudiera tener un cargo con responsabilidad, haría una limpieza profunda y exhaustiva, con direcciones desconcentradas para poder realizar estas auditorías, y el objetivo primordial de descubrir a mafias, sindicatos corruptos, y trabajadores desmotivados e indolentes ante la población. Algo que no es inédito, que se ha hecho en el Estado, en varios Estados. Es posible.
El Estado debe estar conformado y atendido por gente dispuesta a servir sin beneficiarse de su posición, que se desempeñen y escalen bajo un sistema de mérito, y no por compadrazgo o partidismo; que las personas que trabajen en él sean profesionales ética y moralmente aptos para el trabajo de servir a la gente, que al final de la línea son ellos mismos.
Nosotros mismos.