El 24 de febrero de 2022 se desató un nuevo capítulo en la historia universal de la violencia armada, que afecta, como ha ocurrido siempre, fundamentalmente y de manera cruenta, a la población civil de los bandos en disputa, especialmente la más vulnerable. Rusia inició un enorme despliegue militar en su vecina Ucrania. ¿Guerra?, ¿operación militar especial?, ¿invasión? Esos términos responden a las diferentes narrativas que se van tejiendo en torno a un mismo fenómeno.
Ante todo, resulta fundamental condenar la violencia como tal. A partir de ello, es necesario desarrollar un análisis a profundidad de lo que acontece hoy entre Rusia y Ucrania y que involucra a otros países, especialmente a los miembros de la OTAN (que están enviando ingentes cantidades de armas a Ucrania, lo que prolonga el conflicto) y a China (que promueve una solución diplomática), sin perjuicio de que las consecuencias ya se sienten en todo el globo (verbigracia, se prevé que la hambruna es inminente en varios países del África, dependientes de las importaciones de productos diversos de Rusia, que no los podrán adquirir por las medidas coercitivas unilaterales impuestas por Occidente).
El solo hecho de que una superpotencia militar se arrogue el derecho de atacar violentamente a un país muy inferior en poderío militar y pretenda imponerle por la fuerza ciertos objetivos que afecten su soberanía, constituye una invasión. Aunque existan muchas causas que nos permitan comprenderla, nada la justifica. A propósito, Aleksandar Vucic, presidente serbio, se preguntaba hace pocos días: “¿qué diferencia hay entre alguien que agrede a Serbia sin una decisión de la ONU y cuando se hace lo mismo con Ucrania?”. Nada justifica ninguna invasión militar.
Desde la implosión de la U.R.S.S. y el derrumbe del socialismo real, la guerra fría cedió paso al unilateralismo de E.E.U.U. y sus aliados, que ha dado lugar a invasiones militares —solo por destacar la más cercanas en el tiempo— en Yugoslavia, Afganistán, Irak, Somalia, Libia, Yemen, Siria; estas operaciones militares ocasionaron más de ochocientas mil muertes y más de veintiún millones de desplazados. Sin embargo, la propaganda occidental, de la que hacen eco los medios de comunicación nacionales, silenció este horror ocasionado por el “mundo libre” en todas esas regiones y hasta lo justificó, repitiendo las mentiras que se propalaron para darle visos de legalidad.
Ahora, contrariamente, los medios de comunicación nacionales —incluidos los medios estatales— nos bombardean la información occidental sobre la invasión. Están claros, entonces, para esa prensa, salvo muy puntuales excepciones, los roles de “buenos”, por un lado, y “malos”, por el otro. No hay un mínimo esfuerzo por querer informarse de manera integral y plural, de tal modo que se pueda estar lo más cerca posible a la verdad de los hechos. Y es que ello implicaría conocer las otras versiones, las de los rusos, a fin de poder confrontar esas narrativas; no obstante, se silencian por completo y la prensa nacional repite y propala la información en formato Hollywood.
¿Rusia invadió Ucrania por las patologías psiquiátricas del “dictador” o “autócrata”, émulo del zar Pedro El Grande, que la gobierna en connivencia de los “oligarcas” cercanos a él, poniendo en riesgo al “mundo libre”? Esta frase resume la forma en que la propaganda occidental nos presenta esta situación, dividiendo el mundo en dos partes; por un lado, el “mundo libre”, refiriéndose a los E.E.U.U., sus aliados y otros países subordinados; por el otro, las “satrapías”, las “dictaduras”, los países “inviables”, términos que no pocas veces, aluden, más bien, a países insubordinados a las políticas estadounidenses.
La situación real resulta ser mucho más compleja y se remonta, por lo menos, a 2014, año en que, además de los conflictos internos en Ucrania, se produjeron acercamientos de ese país a la OTAN. Entre los hitos que pueden destacarse en este conflicto están la anexión de Crimea por parte de Rusia (en la que muchos ven el resurgimiento de las ambiciones imperiales de ese país) y, luego, la autoproclamación de independencia de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, ubicadas en el Donbass. En esa región se desató la cruel e indiscriminada represión del gobierno ucraniano contra las poblaciones rusoparlantes, silenciada por la prensa occidental. Luego de los estallidos de violencia, en negociaciones multilaterales realizadas en Bielorrusia, se suscribieron hasta en dos oportunidades los denominados acuerdos de Minsk, que no se cumplieron. La situación en el Donbass se agravó. Las administraciones gubernamentales ucranianas fueron radicalizando su postura favorable a la adhesión de Ucrania a la OTAN, pese a las advertencias de Rusia de que eso afectaba directamente su seguridad nacional. La ex canciller alemana, Angela Merkel, en una reciente aparición defendió la decisión de la cumbre de Bucarest de 2008 de no otorgar a Ucrania el estatus de país candidato a entrar a la OTAN, ya que entonces no se trataba de un país «democráticamente firme» y estaba «dominado por oligarcas», además que, desde la perspectiva de Putin, hubiera sido una «declaración de guerra» a la que hubiera reaccionado causando un gran daño a Kiev, en línea con su política de intervenir en los países del entorno ruso que trataban de orientarse hacia Occidente. Se conocían entonces los riesgos. ¿Varió real y tan profundamente la situación en Ucrania?
Hoy, son más de cien días de enfrentamientos militares desiguales y los resultados, aunque previsibles, no son del todo claros (Ucrania ha logrado hundir dos buques de la armada rusa). Lo único que resulta innegable es el enorme costo en vidas humanas, sin dejar de tomar en cuenta los daños globales que se están originando. Pero las responsabilidades no son imputables solo a Rusia y sus “oligarcas”, sino que recaen también, y de manera muy importante, en los E.E.U.U., el Reino Unido y sus élites (¿oligarcas también?), especialmente las vinculadas a la industria de las armas y de los hidrocarburos, así como a la hoy poco unida Europa.
Reitero que lo que se trata de una invasión militar por parte de una superpotencia. Mas en el fondo se trata de un enfrentamiento subterráneo entre la OTAN y Rusia a costa de Ucrania. Ese enfrentamiento tiene uno de sus terrenos más importantes en la propaganda, la que se ha manifestado de manera por demás evidente, por ejemplo, en el caso de los militares ucranianos que retenían a civiles y se atrincheraron en la planta de Azovstal, en Mariupol; sufrieron un asedio intenso e ininterrumpido por parte de las fuerzas armadas rusas, que los obligó a rendirse; sin embargo, la prensa occidental presentó esta rendición como la “evacuación” de los militares ucranianos. Está también el caso de la masacre de Bucha, atribuida por la prensa occidental a las fuerzas rusas, mientras que la prensa rusa la atribuye a las fuerzas ucranianas.
¿Qué corresponde a los países del tercer mundo en ejercicio de su soberanía?, ¿por qué no impulsar, desde el Perú, una política, primero, no alineada a ninguna de las grandes potencias y, segundo, que insista y presione por una salida diplomática, lo más pronto que sea posible, a la invasión de Rusia a Ucrania, sin quebrar por ello su neutralidad?, ¿por qué persistir en la subordinación a los intereses de los E.E.U.U.?