El jurista y teórico Carl Schmitt definió a lo político como una relación entre amigo y enemigo que se iba intensificando en la esfera pública hasta llegar al conflicto total: la guerra (1998, 2013). Y en esta, por tanto, el otro ya no es un rival o adversario al que hay que vencer dentro de ciertos marcos legales y en justa competencia, apelando principalmente a los mecanismos de la argumentación y el convencimiento racional, sino, un enemigo al cual hay que destruir, incluso físicamente. Es decir, quitándole la vida (López, 1987; Navarro, 2019). Esta, es una concepción desnaturalizada de la política que los peruanos, sin saberlo conscientemente, hemos practicado a lo largo de nuestra historia y que hoy ratificamos en el contexto de la presente segunda vuelta electoral.
Nuestra independencia, cuyos doscientos años estamos empeñados en celebrar, nos fue impuesta desde fuera contra los deseos e intereses de los señores de Lima y la ignorancia de lo que representaba para el resto del país (Béjar, 2019). Los primeros no participaron de la guerra como los segundos, quienes pelaron por un país que hasta ahora los desconoce como iguales. Fueron la carne de cañón. Enseguida, los jefes militares se disputaron el control del país, desatando la violencia y el caos que ahora, dicen, desear impedir. Los vencedores se impusieron por la fuerza de las armas no por el consenso. Solo así hubo entendimiento.
En el siglo XX, la añeja oligarquía reforzó esta práctica violentista a despecho de las normas constitucionales imaginadas como cada vez más liberales y democráticas. La dominación oligárquica configuró una sociedad excluyente y represiva (Navarro, 2016). Por lo primero, clasificó y enfrentó a los peruanos entre los que mandan y los que obedecen, entre los superiores y los inferiores, entre los blancos y los cholos, entre los limeños y los provincianos. Como vemos, esa disgregación o polarización, como le llama la jerga politológica, no se fabricó en el contexto de la presente elección. Por lo segundo, este Perú ─del cual tan orgullosos nos hacen sentir los seleccionados de futbol─ marginó de la participación política a movimientos contestatarios como PAP y el PCP. Una vez más, la violencia hizo su trabajo en nombre de la unidad, el orden y el progreso; todo para no detener el cambio hacia adelante. Se les criminalizó persiguiéndolos hasta la muerte.
En este contexto, solo se podía aprender y ejercer a la política como conflicto, como guerra (Navarro, 2016). Las respuestas se evidenciaron inmediatamente en la clandestinidad y las guerrillas del 65. Pero no solo se persiguió y difamó a los que querían el cambio, sino también a los reformistas del sistema que, para el caso de nuestras derechas, encarnan al mismo demonio. Personajes hoy santificados como demócratas e intachables, son ejemplo de ello. Fernando Belaunde, Alfonso Barrantes y Valentín Paniagua, en su momento, fueron calificados como comunistas o caviares. Incluso, entra en este honorifico podio, el actual presidente Sagasti quien, hasta hace no mucho tiempo atrás, era tildado como poco menos que terrorista. Esto demuestra qu, a la política en el Perú no solamente la concebimos como violencia física, sino a la vez verbal. La descalificación es completa.
Pero, en este relato no hay buenos ni malos. Esa es una dicotomía falsa, como son casi todas las dicotomías que vulgarizan y simplifican la complejidad de la política y que son aprovechadas por las fuerzas oscuras de las clases dominantes. El intento de voltear la tortilla, al mismo nivel político y moral, estalló con el terrorismo senderista. La idea que la muerte se combate con la muerte no provino únicamente del marxismo, el leninismo o el maoísmo; no, los responsables de la dogmatización de estas ideologías hemos sido nosotros mismos. Estos iluminados, al igual que las élites oligárquicas que depreciaban, llegaron a la certeza que, solo ellos, personificados en su líder Abimael Guzmán, era los únicos facultados para interpretar la verdad de la historia. Los que se opusieran, así fueran los campesinos, supuesto sujeto histórico de su revolución, debían ser aniquilados. ¡Por eso son terroristas! (CVR, 2003).
El Estado, instrumento y botín de los dominadore a través de las FFAA y, como en toda nuestra historia, pagó con la misma moneda. El mismo desprecio por la democracia que el senderismo terrorista, fue demostrado por Alberto Fujimori cuando dio golpe de Estado. Aplaudido entonces por sus socios y las muchedumbres, hoy se les atemoriza a estas últimas, endilgando a sus rivales que cometerán los mismos delitos que ellos hicieron en el pasado y que les dio nacimiento como fuerza política. Ese 5 de abril de 1992 nació lo que hoy conocemos como fujimorismo. Luego, se cobró la muerte con la muerte, pero no solo con los responsables sino también con quienes tuvieron la desdicha de parecer terroristas. Se proscribió, persiguió, torturó y quitó la vida clandestinamente a quienes pensaban distinto, y todos bailamos felices y orgullosos al ritmo del chino. ¡Por eso son terroristas! (CVR, 2003).
Hoy, las dos candidaturas, la de Pedro Castillo y Keiko Fujimori, así como sus respectivas organizaciones políticas y los apoyos mediáticos que los respaldan, ratifican este vergonzoso pasado que cada día se reproduce como presente. Esta campaña ha desatado sin contemplación ni reparo ético alguno a todos los demonios de la división 1 . La mentira, la calumnia, la manipulación cosificando a los ciudadanos como meros medios y no fines, y la cobarde e irónica insinuación ha sido la constante política y ética que le ha dado identidad a esta campaña. Como vemos, nada que no conozcamos ya.
Quienes han destruido al país desde sus cómodas vidas, apelan hoy a la unidad para mantener sus privilegios. Quienes no trabajaron por la reconciliación del Perú, sino que incentivaron su fractura, hoy dicen ser la voz del cambio. ¿De qué unidad entonces estamos hablando? ¿Cuándo el país ha estado unido si siempre hemos comprendido y practicado la política como un campo de guerra y no de convivencia en solidaridad fraterna y haciéndose responsable del otro, del distinto? Unidad sí, pero no una vacía, sino una con justicia, con integración de todos en igualdad de condiciones, pero sobre todo en igualdad humana; pues como dijo Monseñor Carlos Castillo, un verdadero hombre de Dios, “ningún peruano sobra, porque somos hermanos. Nadie sobra, todos somos necesarios” (Arzobispado de Lima, 30 de mayo de 2021).
Fuerza Popular y su candidata parecen no haber entendido nada del desastre por el que pasa nuestro país. Persisten en mantener un modelo cuya ideología que sostiene su práctica es el de la muerte no el de la vida. Quiere remiendos, parches para seguir haciendo de los peruanos unos limosneros y terminar acabando con su decencia, con su dignidad. Perú Libre y Pedro Castillo es un marasmo de confusiones con ribetes tan peligrosos como su contendora no tiene la menor idea de cómo gobernar. Saben, como todos nosotros, cuáles son los males, pero no tiene certeza ni la precisión de cómo operar ese cambio que predica. Los últimos destacados jales de la izquierda democrática, poco podrán hacer con un líder con tantas limitaciones y desorientaciones para el ejercicio de la política.
La esperanza es sombría, pero, al fin y al cabo, es. Ojalá que las palabras de Monseñor Castillo sea escuchadas y practicadas, no por los políticos en quien la confianza no está depositada, sino por el pueblo. “Que la contradicción que es natural entre los seres humanos no se convierta en polarización, y esta en muerte” (Arzobispado de Lima, 30 de mayo de 2021). En la democracia, solo los ciudadanos tenemos la definición última de lo que anhelamos que sea la política, o poder de servicio hacia el prójimo o, como siempre, dominación contra las mayorías. Más allá del resultado del domingo 6 de junio siempre, y en los cinco años que se nos vienen, llevemos presentes que el verdadero depositario del poder es el pueblo. Nosotros.
[1] El significado de demonio, precisamente es el que divide, el que separa engañando.
Arzobispado de Lima (2021). Homilía. Recuperado de: https://www.facebook.com/arzobispadodelima
Béjar, H. (2019). Vieja crónica y mal gobierno. Historia de Perú para descontentos. Lima: AcHeBe Ediciones.
Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) (2003). Informe Final. Recuperado de: https://www.cverdad.org.pe/ifinal/
López, S. (1987). Política, violencia y revolución. El Zorro de Abajo, 7, 7-18.
Navarro Gonzales, M. (2019). La unidad de las izquierdas, una Torre de Babel. Hegemonismo y razón instrumental en la desintegración de Izquierda Unida (1980-1989). Lima: UCH, Fondo Editorial.
Navarro Gonzales, M. (2016). El origen de la unidad. De la Liquidación del poder oligárquico a la construcción de la Izquierda Unida (1968-1980). Lima: UCH, Fondo Editorial.
Schmitt, C. (2013). Teoría del partisano. Acotación al concepto de lo político. Madrid: Editorial Trotta.
Schmitt, C. (1998). El concepto de lo político. Madrid: Alianza Editorial.