La semana pasada el secretariado de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático publicó un informe que sintetiza información de las 191 Partes del Acuerdo de París, en el que señala que, tomando en cuenta las contribuciones voluntarias de reducción de emisiones (NDC), se espera que el nivel global total de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en 2030 sea un 16,3% superior al nivel de 2010.
No es la primera vez que, desde que los países se obligaron a través del Acuerdo de París a entregar sus compromisos de reducción de emisiones, la ONU señala que dichos compromisos no son suficientes. De hecho, cada vez es más válido preguntarse si el Acuerdo de París —que es el principal esfuerzo multilateral para combatir el cambio climático— realmente es útil, o es que hay que reestructurar todo el proceso intergubernamental para tener un mecanismo que sea capaz de cumplir con los objetivos necesarios para la lucha contra el cambio climático. No es posible saberlo, pero me animo a pensar que probablemente estaríamos peor sin el proceso intergubernamental que se lleva a cabo a través del Acuerdo de París.
Mientras tanto, los EEUU hacen llamados para que otros países aumenten ambición de reducción de emisiones: «Quería mostrar que estamos en un punto de inflexión y que hay un consenso real, que si bien la crisis climática representa una amenaza existencial, hay un lado positivo», dijo recientemente Joe Biden a los líderes de Argentina, Bangladesh, Indonesia, Corea del Sur, México y Reino Unido. Cabe recordar que el mecanismo de contribuciones voluntarias del Acuerdo de París se creó en gran medida por presión de los EEUU, y es entendible que quieran que funcione. Pero detrás de esa capa de liderazgo climático, está la realidad de la que no se habla mucho y que está constituida —entre otros factores— por cerca de USD 20 mil millones en subsidios a combustibles fósiles, además de la construcción de infraestructura para continuar extrayéndolos y comercializándolos. Todo ello genera condiciones que hacen que el objetivo establecido en el Acuerdo de París —que la temperatura no suba a más de 2o C y, si es posible, 1.5o C— sea prácticamente imposible de cumplir.
De hecho, el citado informe, señala que con los compromisos actuales vamos hacia un aumento de temperatura de 2.7o C. Mientras eso ocurre, cinco compañías de combustibles fósiles, entre las que se encuentran TC Energy, RWE, Uniper, Rockhopper, y Ascent están demandando a algunos gobiernos, incluyendo a los Países Bajos, EEEUU y Eslovenia, por más de USD 18 mil millones por tomar medidas para la lucha contra el cambio climático que supuestamente podrían dañar sus ganancias. La mayoría de estas demandas utilizan sistemas de arbitraje internacional (ISDS) en el marco del Tratado sobre la Carta de la Energía.
La lucha contra el cambio climático ha pasado hace tiempo del terreno multilateral al judicial y muchos que han comprendido la magnitud del problema climático se preguntan, “¿qué puedo hacer yo?”. Para que las acciones individuales tengan algún efecto en la lucha contra el cambio climático, tendrían que formar una fuerza colectiva tan poderosa que altere el (des)equilibrio entre la oferta y la demanda de aquellos productos y servicios que exacerban el problema del cambio climático.
Pero también hay ejemplos en los que, nuevamente a través de las cortes, se pueden tener resultados que tienen un impacto más grande. Por ejemplo, el caso de Phyllis Omido, una madre soltera que luego de una batalla de 12 años, logró que se cierre una planta que estaba envenenando a una comunidad con plomo, y hoy es considerada por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo. En esa lista también se encuentra el abogado Roger Cox, conocido por haber litigado y ganado dos casos emblemáticos en la lucha contra el cambio climático en los Países Bajos, uno de ellos, el primero en el que se ordena a una compañía privada (Shell) a reducir sus emisiones de GEI.
La semana pasada también se hizo pública la sentencia que responsabiliza al presidente de Indonesia por negligencia medioambiental en la contaminación de la capital de ese país. La responsabilidad de las autoridades en permitir efectos duraderos —y en algunos casos irreversibles— por la contaminación generada por falta de regulación y de fiscalización, puede y debe tener mecanismos de sanción. El problema es cuando las autoridades responsables de poner las reglas trabajan indirecta- o intermitentemente para las compañías que tienen que cumplirlas, y es por eso que se requieren reglas firmes para impedir las “puertas giratorias”.
Tenemos un problema y la solución esta en nuestras manos. Pongo el énfasis en nuestras, porque el cambio climático y la degradación de los ecosistemas, no son problemas que se pueden resolver sólo a través de acciones individuales atomizadas por el mundo. El cambio de paradigma que se requiere tendrá que venir tarde o temprano. Tenemos que usar las herramientas que están a nuestro alcance: las cortes, los medios de comunicación, la tecnología, la presión política. El mundo seguirá existiendo, pero depende de nosotros pensar en qué tan marcada será la huella que heredarán las generaciones del futuro.
Excelente artículo. Tal vez sintamos que con nuestras acciones no cambiamos el mundo, pero si logramos influir en nuestro entorno próximos. Así comenzó el reciclaje en nuestro condominio… Ahora ya es una práctica permante.